dimecres, 5 de setembre del 2012

¿Cataluña, nuevo estado de Europa?

Para el próximo 11 de septiembre, Diada Nacional de Catalunya, se ha convocado una manifestación, que se prevee masiva, bajo este lema general “Catalunya, nou estat d’Europa”. Evidentemente se trata de una manifestación de claros tintes independentistas. Pero, a diferencia de otras ocasiones, de manera quizás comparable sólo a la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatut d’Autonomia o a la histórica manifesación de la Transición exigiendo Llibertat, amnistia i estatut d’autonomia, ésta puede recoger una sensibilidad muy amplia, un cabreo muy generalizado, no sólo a los independentistas de toda la vida.
¿Qué debemos hacer las personas que no luchamos por naciones sino por la libertad y la justicia? ¿acudir o quedarnos en casa?
Yo no soy nacionalista para nada, ni catalán, ni español ni de mi barrio. Como dice un amigo mío “uno es de donde hace el bachillerato” o, como dicen otros, “uno es de donde comen sus hijos”. En este sentido Cataluña es mi pueblo, pero no mi pueblo en el sentido histórico o nacional, esto me importa un rábano, mi pueblo en el sentido del lugar en el que vivo, me resulta familiar y me siento en casa. En ningún rincón de Cataluña me siento extraño, quizás porque la conozco muy bien, pero en gran medida, sin duda, por la lengua. Es la lengua con la que aprendí a expresarme y a conocer el mundo, la lengua en la que sueño, en la que amo y en la que sufro.
España, como un todo, para mi no es nada. Puesto que no me importa nada el contenido histórico ni nacional, que no reconozco patrias de ningún tipo, y que es demasiado grande para ser mi pueblo, se me queda reducida a una estructura administrativa. Cuidado: hablo de España, no de los españoles ni de los pueblos de España. Dentro de ese cascarón político-administrativo hay personas, casas, paisajes… que me importan mucho. Como todo el mundo, tengo mis debilidades , y así, me siento muy gallego en Galicia, muy andaluz en Andalucía, muy castellano en según que partes de Castilla, muy leonés en León, muy riojano en La Rioja, muy madrileño en Madrid, muy canario en Canarias… por no hablar de las Illes, donde la lengua nos aproxima aún más. En cambio me cuesta sentirme cómodo en Valencia, el País Valencià, precisamente por ese afán de mucha gente en marcar distancias con todo lo que suene a catalán, aunque hablemos lo mismo. Y si hablamos de personas, lugares y cosas, mucho más, hay personas, lugares y cosas en muchos pueblos de España que tienen un rincón en mi corazón más destacado que otras muchas personas, lugares y cosas de Cataluña. Por supuesto.
Y lo que digo de España valdría para otros estados, pero bueno, hablamos de España y además, la densidad de vínculos y sentimientos que tengo dentro de sus fronteras es mucho mayor.
Con todo esto quiero decir que las querencias y las familiaridades se producen respecto a personas, pueblos, lugares y maneras de vivir, todo lo demás, y especialmente la exaltación del patriotismo y sus símbolos, es pura mixtificación de la realidad que instiga los más bajos instintos, siempre para mayor gloria y provecho del poder.
He dedicado buena parte de mi vida académica a fustigar la exaltación de los nacionalismos, con o sin estado, y la manipulación que los poderes han hecho de la necesidad de los seres humanos de agruparse en torno a un mismo sentimiento de identidad.
Por tanto, yo no voy a pedir ningún reconocimiento nacional para Cataluña. Después de tantos años estudiándolo puedo asegurar que no he encontrado un sólo concepto de nación que no sea fruto de la elaboración de intereses políticos. Otra cosa es un estado, pero -con la que cae- ¿tiene sentido pedir un estado para Cataluña?
En realidad no sé si tiene sentido pedir un estado para Cataluña en un mundo tan complejo e interdependiente, pero, precisamente por la que cae, veo razones objetivas que me llevan a planteármelo.
En primer lugar el maltrato contínuo del aparato del estado español hacia Cataluña. El Tribunal Constitucional se carga el proyecto de Estatut d’Autonomia, amplísimamente consensuado en Cataluña. La ley no puede imponerse por encima de lo que socialmente es normal, admitido y avalado por todo un pueblo. Cataluña es una comunidad económicamente expoliada. Nunca aparecen las cifras de la aportación de Cataluña al estado y del desequilibrio que se produce en nombre de la solidaridad. La solidaridad está bien, por supuesto, pero no puede darse a costa de las condiciones de vida de la propia sociedad. Cataluña es un país complejo, poblado y con una macrocefalia que requiere grandes inversiones en infraestructuras, por ejemplo, para facilitar su funcionamiento económico y su crecimiento, y, en este sentido está claramente desfavorecido por parte del estado. Cuando se reclama un pacto fiscal, o, mejor, un concierto económico, se tiene la seguridad de que se podrían mejorar mucho las condiciones de vida de la población, y con ello la solidaridad. Pero el gobierno no cede, ni éste ni los anteriores. Parece que se haya adueñado de ellos una especie de catalanofobia, que han esparcido como la mierda por todo el territorio español. Si Standar and Poor’s rebaja la deuda catalana al nivel de deuda basura, no es sólo por los intereses especulativos. Por si faltara alguien a la fiesta, se pronuncia un coronel del ejército diciendo que Cataluña será independiente “por encima de su cadáver” y que no tienten al ejército, que es un león dormido pero pude despertar ante la amenaza. España antes roja que rota.
Voy a poner un ejemplo. La ley de inmersión lingüística por la cual la enseñanza en Cataluña se realiza en catalán (aunque por supuesto también se enseña el castellano). El gobierno, el partido del gobierno, los tribunales y no sé cuantas instituciones españolistas se han pronunciado en contra. Pues bien, este sistema es la garantía de que los jóvenes, en bachillerato o cuando ingresan en la universidad, dominen perfectamente ambas lenguas (o, por lo menos con la misma competencia que en otros lugares de España). A partir de aquí, en este país -Cataluña- donde bastante más de la mitad de la población proviene en primera, segunda o tercera generación de otros lugares de España, puede elegir como expresarse, como sentirse y disponer exactamente de los mismos recursos que cualquier catalán de rancio abolengo (si hay alguno). Gracias a la lengua, cualquier persona puede integrarse en Cataluña, venga de donde venga, porque, en Cataluña, es catalán quien habla en catalán y quiere ser considerado como tal, así de fácil. Es más, aunque haya personas de buena fe a quienes les cueste creerlo, en Cataluña se puede vivir sólo en castellano, pero no sólo en catalán. Se lo puede demostrar a quien quiera.
Por todo eso, seguramente ya valdría la pena ejercer la autodeterminación para autogestionarnos. No acabaríamos así de pronto con la crisis, pero tengo el pálpito de que lo enfocaríamos bastante mejor. Y eso, por supuesto, no significa olvidar ni abandonar al resto de los pueblos de España, tal vez establecer con suerte un ejemplo y una cabeza de lanza.
Pero, por si fuera poco, la independencia reportaría unas ventajas políticas evidentes para la sociedad catalana. Actualmente, hay partidos de derecha que mantienen su hegemonía gracias al nacionalismo y al hecho de jugar a la contra. Son “los de casa”. Y eso crea un magma donde caben desde rancios democristianos hasta socialdemocratas nacionalistas. También hay partidos de izquierda sin otro discurso que la independencia, y otros, los socialistas, que no acaban de asumir nunca sus responsabilidades porque se deben a una fidelidad externa con la socialdemocracia del PSOE y sus estrategias. Bueno, pues acabemos con eso. Hagamos de Cataluña un estado y se caerán automáticamente todas las caretas, los políticos deberán definirse por su programa social, no por cuestiones identitarias.
Por todo ello valdría la pena tener un estado catalán independiente, como un medio para ensayar las posibilidades que una sociedad políticamente nueva pero estructurada, de un tamaño razonable y dentro del marco europeo tiene, en este contexto, para alcanzar un nuevo pacto social basado en la sociedad del bienestar. Porque éste es al fin mi objetivo, para Cataluña, para todos los pueblos de España y de Europa y para todo el mundo: que otro mundo sea posible.
No va a pasar, hay demasiados intereses en juego, pero sería un escenario muy pero que muy estimulante.