dimecres, 7 de novembre del 2012

Verdades como puños

Vivimos una situación inédita en la historia de la humanidad: una ofensiva del capital que pretende quedarse absolutamente con todo. Esta no es una situación pasajera de la que nos vamos a recuperar. Al contrario, la situación dista mucho de haber tocado fondo y no lo hará hasta que toda la riqueza quede en manos de una reducida plutocracia -de los ricos extremadamente ricos- y la gran mayoría de la población quede reducida a una situación sustancialmente asimilable a la esclavitud  o a la servidumbre. De momento en Europa, después ya veremos. El objetivo final parece ser el dominio de todo el planeta para su exclusivo uso y disfrute. No hay ninguna esperanza de que las cosas cambien por su propia evolución.

A esa sumisión de la mayoría de la especie humana al capricho de unos cuantos no hay ninguna fuerza que se le oponga. Los políticos, en algunas ocasiones, forman parte ellos mismos de esta minoría plutócrata. Sin embargo, lo más habitual es que se comporten como una casta, que mantiene sus privilegios a cambio de ejecutar las políticas de genocidio gradual impuesta por los verdaderos gobernantes en la sombra: recortes de sueldos y servicios públicos, recargos en todo tipo de impuestos, máximas facilidades para despedir y contratar a precios ridículos, reducción o desaparición de todo tipo de prestación asistencial… y así sucesivamente hasta llegar a extremos aún inimaginables.

Los políticos llamados de izquierda ya hace mucho tiempo que aceptaron la supremacía del capital a cambio del supuesto mantenimiento de un estado del bienestar, que ahora se ha visto que era un espejismo que el capital ha liquidado -o está liquidando-  cuando ha decidido que no le reportaba ningún o insuficientes beneficios. Ahora, toda la izquierda socialdemócrata (que patético suena ese término) se ha quedado sin discurso y sus políticos deambulan como muertos vivientes, negándose a desaparecer, haciendo esfuerzos tan descomunales como inútiles para que la población no advierta que están huecos, que no tienen nada que decir, nada que hacer.

La izquierda parlamentaria que no ha adoptado el discurso socialdemócrata es testimonial y está presa en el mismo sistema de la democracia representativa, donde no representa nada ni a nadie y se limita a oponerse, de una forma completamente estéril, a todas y cada una de las medidas que los mandatarios del capital van introduciendo ininterrumpidamente. Como si el hecho de frenar una sola de esas medidas -cosa que tampoco consiguen-, sirviera para algo más allá de ofrecerles un pobre consuelo para la inutilidad de su existencia.

Tampoco existe una izquierda extraparlamentaria organizada que sea capaz de llevar a cabo acciones efectivas, que realmente alteren la plácida vida del capitalismo y los capitalistas. Discuten, desenpolvan viejos textos marxistas o anarquistas que para poco sirven en la situación actual y se ven a sí mismos, orgullosos y felices de haberse conocido, como la vanguarda de la revolución pacífica. Contradicción en los términos en la que no parecen reparar ¿cuándo en la historia del mundo mundial ha existido una revolución pacífica?

Los movimientos sociales, si se les puede llamar así, se apuntan a la misma estrategia: desobediencia civil, no violencia activa. Al final todo queda en el no y el des, es decir, en nada. ¿En qué consiste la no violencia activa y la desobediencia civil? ¿En hacer manifestaciones -cada vez más pobres- y huelgas puntuales que el sistema tiene más que descontadas? La última manifestación que ha tenido una cierta repercusión pública ha sido la del 25 S, pero sólo a causa de los excesos desproporcionados de la policía, aún se lo tendremos que agradecer. Hubo un 15 de mayo, pero fue flor de un día, muy bonito, muy utópico, pero absolutamente inútil para cambiar el rumbo de las cosas. Las Pah trabajan denodadamente para frenar algo tan surrealista como los deshaucios en un país repleto de casas vacías y consiguen algún éxito, todo mi respeto y mi cariño hacia ellas, pero tampoco cambian el rumbo de las cosas. Como no lo cambian las organizaciones de ayuda a los más desfavorecidos, ya provengan de instituciones preexistentes o hayan surgido espontáneamente a raíz de la situación. Hacen un trabajo absolutamente necesario y admirable, sin el cual la situación de muchas personas se habría hecho aún más insostenible, pero, por otra parte, constituyen un paliativo frente a los desmanes de los plutócratas y, al contener una parte de sus efectos, fomentan también la dependencia y la conformidad.

¿Y las tan cacareadas redes sociales? Básicamente son un coro de plañideras y un lugar donde desgañitarse sin molestar a los vecinos. Véase la multitud de grupos y perfiles alternativos que pululan básicamente por facebook y twitter -y alguna otra plataforma más cool para enterados-, véanse también la multitud de publicaciones digitales, páginas, blogs y webs que proliferan en internet. En el mejor de los casos elaboran reflexiones que reciben el aplauso o la reprobación de quienes las leen, a veces con un frío “me gusta”, pero la mayoría de material que circula por el internet consciente e indignado, vamos a llamarle así, son exabruptos contra los políticos y las medidas políticas, enlaces de noticias más o menos sangrantes o de escritos y frases bienintencionadas de algún personaje ilustre que se repiten regularmente. Es necesario desahogarse y es bueno reflexionar, en un mundo donde la realidad nos llega deformada por los medios de comunicación de masas, propiedad de los mismos plutócratas, y que consiguen crear la ilusión de que las medidas económicas que se adoptan son inevitables y por nuestro bien y que, a pesar de todo, el mundo sigue funcionando con normalidad, como podemos comprobar por los concursos, los debates de famosos, las series y la Champions, … En un mundo así, internet constituye por lo menos una válvula de escape y un cierto punto de contacto con la realidad real.

Pero en internet no aparecen propuestas para la acción con capacidad de prosperar, ni organizaciones políticas que trasciendan el ciberespacio y consigan expandir sus propuestas por el mundo real. El día en que internet deje de ser un juguete inofensivo, el opio de la sociedad indignada, como le llamé en una ocasión y alguien sea capaz de organizar desde la red acciones realmente contundentes contra el orden establecido por el capital, o de llegar a una parte significativa de la sociedad y conseguir que se organice y actúe de manera eficiente para cambiar la situación desde abajo, ese día, con cualquier argumento, el gobierno cerrará o limitará drásticamente el acceso a internet.
Dan ganas de chillar: “quien no tenga la solución que se calle”. Y de empezar por uno mismo: cerrar el blog y mi perfil de facebook y twitter y alienarme encerrándome en mi vida profesional o en alguna de mis variadas aficiones que nada tienen que ver con el mundode la política, o ambas cosas a la vez. En ocasiones he estado tentado de hacerlo y la verdad es que no tengo una explicación convicente de porqué no lo he hecho, la esperanza supongo…

Desde el pasado septiembre aposté por la vía del independentismo de izquierdas (sigo con ese absurdo vocablo, izquierdas, para entendernos, le podría llamar progresista o altermundista, pero no es que se gane mucho en precisión). Yo he sido independentista desde mi adolescencia, de una forma natural, cuando comprendí que el franquismo -y con el franquismo quiero decir los padres y la OJE y el NODO y los grises…- me habían robado mi identidad colectiva. Me dí cuenta el día que cayó por primera vez en mis manos un libro de poesía en catalán. ¡Hostia! Resulta que lo que habábamos en casa y con los amigos se escribía y que yo apenas conseguía entenderlo. Me dió tanta rabia que me puse a estudiar catalán como un loco hasta que conseguí el diploma de profesor de catalán y me leí todos los libros de historia de Catalunya que cayeron en mis manos, desde Ferran Soldevila i Jaume Vicens Vives hasta Pierre Vilar y Josep Termes, Josep Fontana… y también me dediqué a recorrer Cataluña pueblo por pueblo, como si fuera Espinàs o Labordeta. De ahí surgió mi conciencia de que Cataluña era mi pueblo, en el sentido, como ya expliqué en otro post, literal de la palabra, un lugar conocido, familiar, donde me entendía y era entendido, como una prolongación de mi entorno inmediato. No sentí la urgencia de, por esa razón, separarme de España, por una parte porque terminó el franquismo y con la Transición nos vendieron la idea de que venía otra España más moderna y plural, y, por otra parte, porque también viaje mucho por España y aprendí a enamorarme, no del concepto, pero sí de sus tierras y sus gentes, tal como me había enamorado de los que Candel llamó els altres catalans, que emigraron a Cataluña durante los años sesenta y con los que había compartido tantas cosas, incluyendo militancia política, amistades y amoríos.

¿Por qué pues reivindico ahora la independencia de Cataluña? Por varias razones, y en ningún caso porque haya dejado de amar a las gentes y a las tierras de España. En primer lugar porque la Transición fue una estafa, aunque, viniendo como veníamos del franquismo, tardáramos en darnos cuenta, y en ella Cataluña fue laminada otra vez, porque empezábamos a ver que España se ponía bonita, pero Cataluña siempre se quedaba para las sobras: suburbios degradantes, autopistas de peaje con la única alternativa de carreteras indecentes, un transporte público de pena y precios más caros que en ningún otro lugar, y ¡ojo! que quien más lo sufría eran precisamente los antiguos emigrantes y los que iban empezando a llegar de otras latitudes. Por otra parte, el Gobierno de la Generalitat estaba copado permanentemente por Jordi Pujol y su partido, que parecía que iba a inaugurar una nueva dinastía de condes-reyes. Se produjo al fin el cambio y el tripartito desaprovechó la ocasión, pero presentó, bajo el mandato de Pasqual Maragall un nuevo proyecto de estatuto mucho más soberanista, que, aprobado en Cataluña, fue cepillado en el congreso, según expresión de Alfonso Guerra, recurrido por el PP y otros y después completamente desnaturalizado por el Tribunal Constitucional. ¡Un estatuto que no planteaba ninguna secesión y que había sido democráticamente votado por el pueblo catalán en referéndum! Por si esto fuera poco, el PP y no recuerdo si también otros, recurrieron también la ley que permitía la inmersión lingüística en la educación catalana, una ley que garantizaba el correcto dominio de ambas lenguas y, por tanto, en la práctica, permitía al hijo de mi amigo emigrante andaluz de los años sesenta vivir en catalán, si le daba la gana, como cualquier otro catalán de rancio abolengo, incluso hacerse independentista. Jamás comprendí tamaña estupidez por parte de la derecha española.

En esto llegó la crisis, el tsunami capitalista, y Cataluña empezó a sufrir también de manera diferencial, porque todo lo que se había dejado de invertir en ella se convertía ahora en un flagelo y además Cataluña debía seguir contribuyendo muy por encima de sus posibilidades al rescate de una España, intervenida de facto desde el primer momento, es decir, a la recapitalización de los bancos y de oscuros personajes e inmobiliarias fantasmas que, en su inmensa mayoría, tampoco procedían de Cataluña. Cuando la solidaridad empezó a ser solidaridad con Caja Madrid o con Martinsa Fadesa, con Terra Mítica y con Polaris World, se empezó a ver como un expolio. Cuando el gobierno del Partido Popular llegó al poder y empezó a tomar decisiones no sólo intolerables para toda España sino abiertamente discriminatorias con Cataluña como la desatención de infraestructuras de primera necesidad o la insistencia, afortunadamente desoída por Bruselas, de postergar el corredor del Mediterráneo, vital para la economia -no sólo catalana-, para apoyar por lo menos por igual el corredor central, infinitamente más caro e improductivo. Cuando volvió a amenazar con una política de aguas que debía llevar el agua del Ebro a las especulativas urbanizaciones y campos de golf de Valencia (paralizada por la crisis), o cuando puso todas las trabas imaginables para que el aeropuerto del Prat se convertiera en un Hub internacional, la suerte estaba echada.

En septiembre, antes de la manifestación, yo ya tenía decidido que no quería tener nada más que ver  con España, es decir, con el Estado español, se puede verificar en este mismo blog. Ya quería recuperar territorialmente mi identidad, con un reconocimiento político-administrativo pleno, y me negaba a seguir sufriendo el atraco institucional del Estado español para rescatar bancos y para que, encima, Cataluña tuviera que recurrir a sus préstamos y soportar todo tipo de agravios. Se acabó, basta, prou!

Pero, además, veía una posibilidad estratégica, que he explicado repetidamente, para, aprovechando la fuerza telúrica del 11 S que arrastró al gobierno de CiU a una situación donde no le quedaba otra que convocar elecciones, intentar conseguir la independencia de Cataluña y un gobierno de izquierdas que recuperara la justicia social. Abrir una brecha en el muro del capitalismo triunfante.

Esto no se iba a producir, por supuesto, en estas primeras elecciones -que va a ganar CiU, lacayos tan aventajados o más que el PP de los intereses del capital-. La izquierda -desunida para variar- debía -deberá- presionar para que el referendum, o lo que sea, por la independencia se produzca a la mayor celeridad posible. Porque, una vez independizado el país, o incluso en el proceso de negociación de la independencia, cada cual deberá redefinir sus posiciones y -reitero- Cataluña es un país de izquierdas, donde la izquierda, si no hace más imbecilidades, puede gobernar con una cierta comodidad.

A partir de ahí se abren muchas posibilidades. Las cosas pueden ir bien o pueden ir mal, pero la batalla se producirá en un campo limitado, abarcable y que conocemos perfectamente.

Creó firmemente que, después del 25 N, las palabras deben dejar paso a los hechos en Cataluña, y si hay que partirse la cara nos la partiremos. Solventado el tema identitario, de entre todos los  catalanes, de Cuenca o de Matadepera, pero catalanes, creo que somos legión los que, en este pequeño país, no estamos dispuestos a soportar más recortes y humillaciones sin dejar la piel en el empeño. Nos dicen que tendremos que negociar no sé cuantas cosas y que no seremos admitidos en la Unión Europea… Bueno, pues mire, me da igual, quiero y creo que somos una amplia mayoría que lo queremos un país libre y socialmente justo, si es pobre y tenemos que recuperar las catalanas pessetes no pasa nada, así, a lo mejor, los señores del capital se olvidan de nosotros.

Siempre he pensado que la Revolución Cubana fue una historia bonita, me gustaría haberla vivido. Cuba se convirtió en lo que es, en primer lugar porque, presionados por los magnates que emigraron a Florida, principalmente, USA le cortó cualquier camino y la arrojó en manos de la Unión Soviética. Y después por un vergonzoso boicot comercial que, el país, a pesar de todos los pesares, ha sabido resistir.

No quiero dictaduras de ningún tipo ni tener que sobrevivir en la más absoluta precariedad -aunque ésta llegaría de todas maneras-, pero prefiero un país pobre con las prioridades (sandidad, educació, trabajo, asistencia…) bien marcadas, que no vivir alienado en una fantasía mientras me van chupando la sangre los vampiros de la especulación.

Señoras y señores, se acabó el tiempo de divagar. Hay que pasar a la acción antes de ayer. Algunos estamos intentando hacerlo por esa vía, puede fallar, hay que preparar otras, pero ya, basta de chascarrillos. Yo me apunto a un bombardeo y si atacamos por distintos frentes, mejor ¿Nadie es capaz de imaginar alternativas estratégicas serias?...

Aunque, eso sí, sea cual sea nuestra lucha, siempre voy a exigir el derecho a decidir para mi y para mi pueblo, faltaría más.