dijous, 26 de gener del 2012

Cosas que podemos y deberíamos hacer sin falta

En esta semana en que esta reunido el Foro Económico Mundial en Davos y en que parece que al fin nos vamos a manifestar contra la dictadura del capital financiero  y contra los recortes, a mi me siguen inquietando cuestiones más de fondo  -o por lo menos más persistentes-. No creo que el Foro de Davos vaya a propiciar ninguna gran transformación, como anuncia, ni creo que la manifestación del dia 28 -a la que asistiré y a la que llamo desde aquí- vaya a cambiar nada.
Me preocupa lo que nosotras y nosotros seamos capaces de hacer y creo que, en este sentido, si queremos ser eficaces -y eficientes-, tenemos muchas cosas que enmendar. En esta entrada voy a enumerar algunas propuestas orientadas a optimizar nuestras fuerzas, a combatir cualquier sensación de desánimo y también a extender nuestras razones y el espíritu de movilización más allá de nuestros círculos habituales.
Se trata, por tanto, de una reflexión más abierta que nunca, sin  ninguna pretensión de exhaustividad ni ningún dogmatismo. Apunto  tan sólo algunas ideas que me parecen elementales y factibles con el ánimo de que se puedan hablar, matizar, debatir, aquí o donde se quiera.  Aspectos a mi parecer centrales en nuestra dinámica y para nuestro futuro como nuevo agente político, que no es sino la parte más sensible y activa de la sociedad civil, de la ciudadanía. En aras de la operatividad, no voy a entrar en detalle en ninguno de estos aspectos, que siempre se pueden desarrollar más adelante.
El primero de ellos es la organización. A mi entender  necesitamos un modelo de organización más eficiente que, sin substituir a las asambleas, organizaciones, etc  existentes, nos permita conocer a ciencia cierta cuántas y cuántos y quiénes somos y dónde estamos en una razonable aproximación. Una información que permita una rápida y eficaz comunicación horizontal y una coordinación efectiva para la toma de decisiones. Y eso evitando los peligros de las disfunciones que sabemos que puede copmportar el asamblearismo a ultranza, así como el peligro  de los personalismos egocéntricos que suelen hacerse presentes en estos movimientos.  No estoy propugnando la formación de un partido ni nada que se le parezca, sino la coordinación eficiente de lo que existe, ya que, sin una organización que funcione, las ideas són estériles. Esto ya nos lo advirtió Gramsci hace muchos años.
Entiendo, en segundo lugar, que necesitamos también insistir en la información y la formación, todas y todos. La situación es compleja y, además de interesantes libros y artículos puntuales, es preciso conocer de forma clara todas las preguntas y todas las respuestas al respecto y también todos aquellos datos más relevantes. No podemos vivir en una sopa de ideas. Independientemente de la información, formación y reflexión de cada cual, hace falta una especie de  manual de uso concreto, que permita comprender la realidad económica y política de una forma global y nos permita trasladar ese conocimiento a nuestro entorno, que arme nuestras razones con datos y argumentos accesibles a todo el mundo. Yo lo necesito. Y hay personas suficientemente capacitadas para elaborarlo y elaborarlo en esos términos. Entiendo que les resulte más tentador dedicarse a labores intelectualmente más satisfactorias, pero en estos momentos necesitamos también, y de forma preminente, un instrumento didáctico, en el mejor sentido de la palabra, básico y contundente. Quienes pueden hacerlo, lo saben.
También necesitamos, en tercer lugar, aprender a usar bien las redes sociales y conjurarnos para ello. Es conveniente que quien sepa sacarles el máximo provecho elabore también un manual de uso al respecto, igualmente claro, consensuado y ampliamente difundido. Entretanto, debemos fomentar la información, el debate y la relación horizontal en ellas. Lo cual implica, por una parte, estar en contacto, -tal vez mediante grupos abiertos de una forma preferente-;  pero implica también un ejercicio de responsabilidad personal para acostumbrarse a leer y a debatir y no sólo a publicar, para pensar dos veces, antes de enviar algo a la red, si realmente tiene un interés colectivo; para usarla con moderación, porque, cuando alguien está mandando siete u ocho entradas diarias a un grupo de facebook, por ejemplo, está marginando la información previa de muchas compañeras y compañeros y esto, aparte de la desconsideración, es inoperante. La red debe ser dinámica y sustantiva, sin que esto implique que nos privemos de la mordacidad que a veces nos alegra la vida.
Es igualmente necesario, respecto a la red, disponer de información veraz sobre la eficacia de campañas como las que proponen Actuable o Avaaz, y veraz quiere decir no basada en la opinión o en un artículo de ignota procedencia, sino contrastada y consensuada.
En cuarto lugar, creo que nos es imprescindible saber y determinar qué podemos y debemos hacer por nosotras y nosotros mismos y qué se debe exigir que sea defendido por la oposición llamada de izquierdas que, si quiere recuperar alguna credibilidad, tendrá que escucharnos y hablar un lenguaje distinto al del gobierno -cosa que ya les debe parecer que hacen, pero que nosotras y nosotros sabemos bien que no-. Porque es a la oposición de izquierdas a quien corresponde, por ejemplo,  plantear la necesidad de crear un fondo de empleo social, o de recuperar la ley de contrato indefinido para los alquileres y exigir que los inmuebles vacíos pasen a formar parte de un estoc  general de viviendas en alquiler -puntos que ya traté en otras entradas pero que estoy dispuesto a desarrollar con mayor detalle-. También es a la oposición de izquierdas a quien corresponde exigir un inventario de todas las infraestructuras inútiles o infrautilizadas que se hicieron durante todos estos años con nuestro dinero  y preguntar, o proponer, qué se va a hacer con ellas, cuál ha sido su coste y a quién es imputable para que toda la población lo tenga muy claro. Como debemos tener claro qué adeudan al erario público -qué nos adeudan- los bancos y las empresas que han sido rescatados.
También debemos exigir a la oposición de izquierdas que propongan medidas contundentes de reducción del gasto público en los propios organismos del estado -mucho antes que en la sanidad y en la educación-. Que propongan acabar ya con el senado y con las diputaciones y con entidades tan superfluas como los consells comarcals en Cataluña y entes similares, o con una sobreinflación de municipios que multiplica los gastos, y propongan substituirlo todo por mancomunidades ad-hoc que asuman únicamente, donde haga falta y a iniciativa de la población y los ayuntamientos, las funciones comunes necesarias. Y, en caso contrario, que nos expliquen claramente qué razones hay para no hacerlo que no sean el propio interés de quienes con ello se lucran. Que propongan acabar también, en un estado laico, con la financiación de la Iglesia Católica, que cada cual se pague sus creencias. Y, sobre todo, aunque sea principalmente por una cuestión de imagen e higiene democrática, que propongan aplicar a los políticos las medidas de austeridad que se están explicando desde la función pública: que ningún político pueda cobrar más ni tener otros privilegios que un funcionario del máximo nivel, ya que, al fin y al cabo, eso es lo que son. Y todo esto, que deben hacerlo en los respectivos parlamentos, tiene que llegar también alto y claro a la opinión pública. Tenemos un hartazgo que provoca náuseas de autismo fáctico de la democracia palamentaria.
Finalmente,  por nuestra parte, debemos ser capaces de abordar conjuntamente las acciones que más contribuyan a cambiar realmente este mundo caótico y sin esperanza, atenazado por el capital financiero. Las manifestaciones son útiles cuando son útiles, como la lucha contra los deshaucios o la ocupación temporal o permanente de deteminados edificios o servicios. Pero no todo acaba aquí. Con las cartas sobre la mesa  y siempre dentro de la no violencia y la legalidad, hay muchas otras acciones que, en un momento u otro, pueden ser más adecuadas, como las manifestaciones o los boicots selectivos y temporales dirigidos a determinadas empresas o instituciones, la información amplificada sobre las prácticas abusivas ejercidas por unas y otras -con números y datos-, peticiones masivas a instituciones como el defensor del pueblo y similares, denuncias colectivas, campañas en internet, cartas al director en publicacones extranjeras, etcetera. No voy a agotar aquí ni mi imaginación ni la de quienes lean este texto. Si nos organizamos bien, con pragmatismo, con las ideas claras y siguiendo principios de oportunismo y posibilismo estratégico, estoy seguro de que somos capaces de desarrollar una enorme creatividad.
Así pues, mi llamamiento se puede resumir  en cuatro palabras o conceptos clave: organización; formación-información (o información formativa, si se quiere); comunicación-coordinación; y acción selectiva (directa e indirecta).
Yo creo que si nos centramos en estos puntos y estas necesidades podemos avanzar mucho. ¿O es que nos vamos a seguir quejando y a esperar directrices de alguien?

dijous, 19 de gener del 2012

A quien le interese este blog

Este blog nació por necesidad y por estrategia, por necesidad de exteriorizar toda mi indignación ante el expolio sistemático de las clases populares y sus derechos que estamos viviendo y por estrategia, para compartir mi ideas, dudas, preguntas y también propuestas con todas y todos los que sufrimos esta misma angustia y no nos resignamos a callarnos y a no hacer nada.
Nació como un medio de expresión pero tambien con una clara voluntad de diálogo, de debate, como un grano de arena más para esa conciencia colectiva que entre unas y otros vamos creando.
Para que cumpliera lo mejor posible su función, he intentado comunicar su existencia y sus entradas semanales a cuantas más asambleas, plataformas y grupos alternativos de personas afectadas por la agresión del capital he podido.
La conocida red social que he utilizado para comunicarme con todas esas asociaciones ahora amenaza con bloquearme, con lo cual pone en serio peligro la función comunicativa del blog. La última entrada antes de hoy ha sido leída hasta el momento por más de un millar de personas y esto quiere decir que tenemos interés por comunicarnos, por estar conectados y conectadas.
A quienes os interesa lo que aquí se pública, a quienes penséis que vale la pena mantenerlo abierto y os lo queráis hacer vuestro, con vuestras publicaciones o con las reflexiones que en él se van publicando, os ruego que me ayudéis a superar esta barrera de censura fáctica y que os registréis como seguidores, o sigáis las noticias de nuevas entradas y comentarios en twitter: @llprats , ante el temor de que facebook finalmente me imponga un bloqueo al no hacer el uso que ellos consideran adecuado de su plataforma. También os pido que, si os parece oportuno, lo difundáis en vuestros grupos. Y que sepáis que, si un día la información de nuevas entradas desaparecen de facebook, no es porque yo haya desapercido (espero!). Personalmente y mientras pueda, cada semana seguiré estando aquí, com mayor o menor acierto, pero con la mejor voluntad y todos mi cariño por vosotr@s. Llorenç Prats

La izquierda ¿nuestro enemigo?

Es tan importante conocer nuestros objetivos como la forma de alcanzarlos. Lo primero que deberíamos hacer es establecer una gradación. Queremos otro mundo más justo, donde las necesidades básicas de todos los seres humanos estén satisfechas, donde la riqueza esté al servicio del bienestar comunitario, donde no exista la guerra ni la discriminación y donde se respete la libertad y la idiosincrasia de cada persona, así como la vida y el planeta que nos acoge.
¿Es una utopía? Por supuesto. Pero también es nuestro mayor objetivo y no deberíamos perderlo jamás de vista, día a día, en cada una de nuestras acciones y nuestros pensamientos. No podemos desesperar porque aparentemente no se avance, porque entonces es cuando realmente retrocederíamos. Simplemente debemos saber que esto no se va a conseguir en unos años, ni en unas décadas, ni seguramente en el curso de nuestras vidas, -ojalá-…  Pero no se va a conseguir no porque la condición humana nos aboque inevitablemente a la desigualdad, sino porque los intereses de la minoría privilegiada que domina el mundo son muy poderosos. Tenemos que llegar a ser más poderosos que ellos, afirmándonos día a día y acrecentando nuestras filas para crear una gran conciencia colectiva de cambio. Cada paso cuenta, por pequeño que sea, y nos hace avanzar o retroceder en el camino.
Mientratanto, la cruda realidad del día a día se impone y nos envuelve como una niebla oscura, como un largo invierno. Los señores de las tinieblas dirigen el mundo desde las más altas torres de la política y la economía mundial. Y nosotras y nosotros hacemos oir nuestras voces, cuando podemos, organizamos pequeñas acciones, proyectos puntuales o locales, que no les inquietan en absoluto y que básicamente nos sirven para reconfortarnos y no desfallecer. En numerosas ocasiones les ofrecemos alternativas  perfectamente viables para reducir la deuda, para evitar los recortes, para mantener el estado del bienestar… ¿Por qué? No les interesan para nada, saben muy bien lo que quieren. Los ricos y los poderosos con la crisis salen ganando. Hemos visto los números.
Entonces ¿qué podemos hacer? ¿Mantener encendida la llama de la resistencia en espera de tiempos mejores? ¿Esperar a que las propias contradicciones del sistema provoquen un hipotético cataclismo? ¿Es que no tenemos aliados en este mundo?
Hace tiempo que condenamos a los partidos de la izquierda y a los sindicatos de clase. Y con razón, porque hacía aún más tiempo que habían dejado de comportarse como tales y se habían convertido en cómplices, cuando no en servidores directos, de las fuerzas del capital. En las últimas elecciones del 20 N, muchas y muchos de nosotros decidimos dar un voto de confianza a Izquierda Unida y dejar caer al PSOE a los infiernos, para que comprendiera que por el camino que había emprendido sólo podía alcanzar la perdición. Nadie sabe en qué número, pero, sin nuestros votos, Izquierda Unida  por lo menos no hubiera alcanzado unos resultados como los que tuvo.
También dijimos entonces que íbamos a ser exigentes con esas formaciones. Pues bien, yo creo que ha llegado el momento.
Los partidos de izquierda y los sindicatos de clase deben dejar de jugar con las cartas marcadas que les ofrecen los partidos del gobierno en España y en las autonomías y las instituciones económicas europeas y mundiales, y plantear su propia alternativa. No basta con oponerse más o menos tímidamente a las imposiciones de unos y otros, con dar una rueda de prensa que apenas tiene cobertura, con adherirse de modo vergonzante a la convocatoria de una manifestación con lemas y banderas propios, o con poner la cara entre los que se están oponiendo a un linchamiento legal, sabiendo que es la única que va a salir en los medios.
Si produce vergüenza ajena ver a los sindicatos legitimando una negociación inexistente, mayor es aún la que produce el espectáculo carnavalesco que se está dando en un partido que aún se llama socialista y donde la mayor preocupación parece ser quién va a mandar sobre sus mermadas huestes, como también ha sucedido en Cataluña, donde, además, aún se sigue tendiendo la mano a la sucursal liberal nacionalista en el poder, o en otras comunidades donde, por acción u omisión, la izquierda legitima la agresión del capital sobre las clases populares o da una jubilación dorada a sus fracasados próceres en instituciones como el senado, porque prácticamente ya no tiene diputaciones, instituciones ambas que parecía que había un acuerdo amplio en que no servían para mucho más que para seguir despellejando el erario público.
Si no queremos vivir cien años de oscuridad estamos obligados a entendernos. Por tanto, pienso que la izquierda formal, los partidos y los sindicatos, deberían convertirse en nuestro objetivo prioritario, no para acabar con ellos por supuesto, sino para exigirles una regeneración a fondo y una política activa y agresiva en sus contenidos, que si no se puede desarrollar en el parlamento, se desarrollará en la calle. Tienen  que recordar quiénes son, de dónde vienen y a quién se deben, y sino ya se lo recordaremos nosotras y nosotros. Que callen ya, que pare la música, que se detengan un momento y miren lo que están haciendo, que se despojen de todos sus egos y sus vanidades, cubran sus cabezas de ceniza y recuerden que un día cantaron todas y todos arriba parias de la tierra. Y que los parias siguen en el suelo, aplastados como siempre, tal vez por ellos mismos, sin que lo adviertan.
Necesitamos mandar un mismo mensaje al mundo, y que se oiga, que no se ahogue en la sala de los pasos perdidos, que retruene en la calle, en los medios y en las conciencias, sino no nos sirven para nada, se pueden ir al Gobi con sus ridículas memeces florentinas. Aquí la gente sufre, se queda sin casa y sin trabajo y a veces incluso se muere de impotencia o por falta de atención. No es demagogia, son verdades como puños, perfectamente documentadas.
Por eso pienso que, en esos momentos, mientras no cambie radicalmente, sin ser el poder oscuro, la izquierda es nuestro enemigo, estratégicamente, por su bien, y por el bien de tod@s.

dimecres, 11 de gener del 2012

¿Por qué no se moviliza la gente?

Esta es una de las preocupaciones más recurrentes en los foros alternativos de internet y una fuente continua de frustración entre quienes siempre están a todas. Se entinde perfectamente ¿Es que la situación no es lo bastante grave?  Sí, la situación es muy grave, lo suficiente para que la sociedad entera  se pusiera en pie, depusiera gobiernos y se apropiara de los fondos de los bancos para restaurar la economía productiva, el trabajo y el estado del bienestar.  Sin embargo no sucede nada de eso. La gente, la mayoría de la gente, no sale a la calle más que en las grandes manifestaciones, y aun, y, eso sí, expresa una simpatía muy amplia respecto al movimiento del 15 M o los indignados. Vive su descontento, pero desde casa, y de una forma pasiva ¿Por qué? En mi opinión se debe a motivos de diversa índole.
Por una parte, si bien la situación económica es catastrófica, no ha llegado todavía a alcanzar una dimensión lo suficientemente grave y generalizada como para provocar desesperación en las familias. Y digo en las familias porque este es un aspecto importante: cuando el paro, las deudas o cualquier otro problema se ceba en alguien, la familia, generalmente, funciona subsidiariamente como una red de contención, un ámbito de solidaridad, que contribuye a paliar la situación de quienes sufren más directamente los efectos de la recesión. El paro juvenil de hecho es mucho mayor de lo que se contabiliza por la gran cantidad de jóvenes que siguen estudiando, a cargo de los padres, ante la ausencia de otras opciones y con la esperanza de que esto constituya una inversión para el futuro. En cualquier caso, el retraso en la edad de emancipación, si no hay trabajo para los jóvenes, implica un ahorro en sí mismo.
Por otra parte, la ayuda familiar se combina en muchas ocasiones con dos otros factores: una forma de vida más austera, que, distribuida en el conjunto del grupo familiar, se hace más llevadera, y el recurso, que no es nuevo ni mucho menos, a la economía sumergida: pequeños trabajos, a veces de corta duración, otras más estables, que se cobran en negro y en cualquier caso constituyen un alivio.
Otro factor importante es la ausencia, en general, en la población, de una cultura política participativa. Quienes vivieron el franquismo se acostumbraron a la máxima de no meterse en política, porque era positivamente peligroso. Para estas generaciones -insisto: en general- la transición democrática representó un nuevo mundo de libertad hasta entonces desconocido y altamente gratificante. Las generaciones que no vivieron el franquismo, o lo vivieron unos pocos años, crecieron en un mundo de libertad y prosperidad, auspiciada en parte por nuestra incorporación a la Comunidad Económica Europea ¿Qué necesidad había de preocuparse de otra política que la política parlamentaria de los partidos, que recogían prácticamente todas las opciones ideológicas? Nadie nos preparó para esta especie de tormenta perfecta en que la endogamia y la corrupción de los partidos se han unido al golpe de estado global que han dado los mercados. Ni siquiera esperaba nadie que apareciera el 15 M o los indignados y que esa llamada generación ni-ni se ganará de pronto, por medio de sus elementos más vanguardistas, un lugar en la historia y el respeto de la sociedad.
Por tanto, la actitud de la población, en general, respecto a la política, más allá de votar en las elecciones o, como mucho, militar en un partido político, no es participativa. De alguna forma es una actitud dependiente de un paternalismo encarnado antes por la dictadura y después por el gobierno central, el congreso y los diversos parlamentos y gobiernos autonómicos, incluso por unas etéreas figuras pseudopolíticas europeas no menos paternalistas.
Pero hay más. El tipo de información sobre la situación económica y la realidad en su conjunto que recibe mayoritariamente la población proviene de los medios de comunicación de masas. La información que se transmite a través de la inmensa mayoría en estos medios, a través de la TDT y de la prensa escrita, sean diarios o semanarios, o de la radio, es, respecto a la política y a la economía, cuanto menos confusa, cuando no directamente inexistente. Y no olvidemos que los programas más vistos en televisión suelen ser programas de entretenimiento basados en escándalos y trapos sucios del famoseo o de la gente corriente, que la prensa más consumida es la deportiva y los semanarios de mayor tirada los del corazón. Con toda esta carnaza ¿qué opinión se van a formar las ciudadanas y los ciudadanos de cómo están las cosas? ¿Qué especie de papilla van a tragar como aparente reflejo de lo que sucede y de lo que importa?
Tampoco nosotras y nosotros se lo ponemos fácil ¿Qué esperamos? ¿Que se informen por internet moviéndose dentro de un caos de informaciones puntuales que a veces ni guardan coherencia entre sí? ¿Que se apunten a todos los eventos, ya sea una asamblea, una manifestación, la contención de un deshaucio, un boicot…? No, eso no sucederá, y esperar que suceda sería un desvarío. La gente viene, quizás no tanta como quisiéramos, pero en cantidades considerables, cuando se convocan manifestaciones importantes, unitarias y con amplia difusión. Lo hicieron el 19 J, después de la represión de la acampampada de Barcelona, y lo hicieron el 15 O cuando se llamó a globalizar el sentimiento de indignación y el rechazo a las políticas neoliberales. A pesar de todas las razones antes expuestas, mucha gente se movilizó.
Después de esto ¿a qué nueva empresa colectiva se les ha llamado? Entiendo que es nuestro deber no sólo intentar movilizar al máximo número de personas para las grandes manifestaciones sino ser lo suficientemente imaginativas e imaginativos para llegar a todas esas personas, que a pesar de todo lo están pasando mal, para contrainformar adecuadamente y para convocarles a acciones que les parezcan razonables y que puedan asumir,  que apunten a metas, modestas si se quiere, pero alcanzables. Si se hace así, si ven que, con su aportación, aunque no implique ninguna heroicidad, se puede cambiar algo, por poco que sea, estaran a nuestro lado, podremos contar con ellas. En resumen, hay que estrujarse la mollera y ajustar muy bien la planificación de las acciones que pretendan garantizar una respuesta colectiva. De lo contrario, nos podemos seguir quejando.

dimecres, 4 de gener del 2012

El cuento de la vivienda

El título de esta entrada no tiene un sentido figurado sino real, ya que los bancos y las inmobiliarias han conseguido que empeñáramos hasta nuestros huesos en la adquisición de una vivienda valiéndose de la estructura de un cuento. Concretamente es la misma que la del cuento de la lechera, en el cual la pobre lechera, que va con su cántaro al mercado, va soñando como, con lo que saque de la leche, comprará una vaca, con la vaca un rebaño, después una granja y así hasta que se la pega y cae de bruces derramando la leche, como les ha pasado a tantas y a tantos con sus hipotecas. La leche eran nuestras ilusorias nóminas.
Durante una década, por lo menos, los bancos han estado más que dispuestos a prestarnos el cien por cien de la hipoteca de la vivienda de nuestros sueños, y más, sobre la base de una supuesta prosperidad y progreso indefinido. Es más, comprar una vivienda era un ahorro, más aún, una inversión, porque los precios subían de un día para otro, y a quienes vivíamos de alquiler nos decían que tirábamos el dinero. Y, en aquellos momentos, la verdad es que tenían parte de razón porque los alquileres también iban subiendo y pensabas: “cuando llegue a viejo no lo podré pagar”.
Tanto es así que yo mismo, partidario recalcitrante del alquiler, de toda la vida, a principios del dos mil hice números y me decidí a pedir una hipoteca antes de que todo se desmadrara aún más. La pedí para un piso normalito, de setenta metros, sobre plano, al que accedimos casi tres años después. Durante ese tiempo, el precio ya se había disparado. Lo curioso es como, al iniciar las gestiones para buscar piso, tanto en la inmobiliaria como en el banco, nos intentaban convencer de que podíamos aspirar a pisos, o casas, mucho más costosas, que, por supuesto, nos financiaban al cien por cien. Era casi ridículo tener que resistirse a que te dieran dinero para comprarte una vivienda mayor y argumentando a unos y a otros que “mire, quizás sí podríamos permitírnoslo pero la verdad es que no lo necesitamos y que además no queremos empeñarnos más allá de lo imprescindible”. Entiendo que tantísima gente cayera en la trampa porque yo mismo estuve a punto de caer. Y les decías “pero oye, eso va a estallar como un globo y os vais a encontrar con un nivel de morosidad insoportable”. “No, que va -te respondían- , está todo controlado”.
Ya lo hemos visto, y ahora me alegro de no haberles hecho caso, de haberme comprado un piso pequeño y haberlo pagado tan rápido como me ha sido posible, porque ya no es una inversión ni es nada más que lo que debería ser una casa: un lugar para vivir, y sin necesidad de ahogarte para ello. Y, a la vez, lamento que ese particular cuento de la lechera calara en tanta gente que ahora se encuentra en graves apuros, cuando no directamente en la calle.
¿Cómo tienen la desfachatez, bancos e inmobiliarias, de decirnos que no fue una estafa con todas las de la ley? Si yo, sin ninguna formación como economista, e ignorante, como toda la gente corriente, de lo que se estaba cociendo en el mundo de las finanzas, me daba cuenta, me resistía a confiar en ese crecimiento imparable…
Pero el mal tiene raíces más profundas en la consideración de la vivienda como un artículo de consumo y no como una necesidad, como una propiedad de cambio y de libre disposición y no como una propiedad simplemente de uso. ¿Para qué quiere alguien una vivienda cuando deja de vivir en ella? ¿Cuándo se traslada, cuando se muere…? Es aquí donde está la perversión. Porque si la vivienda fuese considerada una necesidad y, por tanto, una propiedad de uso, accesible, ni siquiera como herencia tendría sentido. Sería innecesario. El régimen de tenencia de la vivienda debería ser, por sistema, el alquiler, como el de todas aquellas cosas que no se van a usar más allá de la muerte o que vamos a usar sólo durante unos años de nuestra vida. Yo hasta ahora he vivido en muchas casas, he tenido muchas viviendas, aquí y allí, según las circunstancias de mi vida. Ahora, en cambio, aun con mis precauciones, es la vivienda la que me tiene a mí, y en las actuales circunstancias me considero afortunado.
Poco importa si la titularidad de las viviendas es del estado o de particulares que las alquilan, las mantienen en condiciones y sacan de ello un beneficio razonable. El mal comienza cuando incluso con el alquiler se quiere especular. Y esto tiene fecha y nombre, no es algo de toda la vida. Se remonta a la conocida como ley Boyer, en los primeros años del gobierno socialista de Felipe González. Antes existía lo que se llamaba contrato indefinido, según el cual, a partir de un alquiler pactado (cada cual sabe qué tipo de vivienda necesita y cuánto quiere gastarse mensualmente en ella), la inquilina o el inquilino podía ocupar la vivienda alquilada de por vida y el precio del alquiler era intocable, sólo se podía subir en la misma medida que lo hacía el IPC.
Como en tiempos de Franco el IPC representaba que no subía y se hacía demagogia con la vivienda y la propiedad a mayor beneficio de los empresarios afines al régimen -y sobre todo a los cargos con influencias políticas-, se produjo un desastre, que aún perdura en algunos casos, de alquileres que se mantenían en precios irrisorios, que resultaban incluso gravosas para los propietarios. Así, en lugar de adaptarlas razonablemente a los nuevos tiempos, el primer ministro neoliberal del PSOE convirtió  las viviendas de alquiler en una mercancía más, con lo cual, cada cinco años, como mucho, te podías encontrar con que te echaran a la calle o te pidieran un precio exorbitante según la situación de la oferta y la demanda.
Pero, dejando a parte cuestiones históricas, ¿qué sentido tiene esto ahora? Cantidad de viviendas vacías, gente en la calle y gente que no puede pagar sus viviendas… ¿Por qué no se reintroduce el alquiler de contrato indefinido, con precios razonables, garantía de estabilidad y subidas anuales ajustadas al IPC? En un mundo tan cambiante como el actual, cuando se nos está diciendo que es imprescindible la movilidad para encontrar trabajo, cuando las situaciones familiares y de todo tipo cambian con frecuencia, sea por uniones, separaciones, hijos, emancipaciones, situaciones laborales, etc…  ¿para qué queremos viviendas para toda la vida, y más?... ¿Por qué no se da salida por esta vía a tanto edificio vacío o a medio construir y se alivia la situación de tantísimas personas que, en el mejor de los casos, deben destinar un alto porcentaje de lo que ganan a pagar la hipoteca de lo que va a ser su panteón? No tiene sentido. Ya ni siquiera es un buen negocio para aquellos que antes se lucraron. Y, sin embargo, ahí siguen, como si fueran a regresar los tiempos del Rey Midas.
Hace unas semanas, en un bar, me encontré con un señor de esos que gritan en los bares que proclamaba a los cuatro vientos que el tenía quince pisos vacíos y que no los quería alquilar porque le pagaban una mierda y cuando se iban (serían “negros” o “moros”, claro), se los dejaban aún peor. Yo no quería entrar en polémicas estériles, pero no pude retener un gesto evidente de desaprobación. “¿Pasa algo jefe?” -me increpó- “la propiedad privada es la base de la democracia”. Mi mujer, que es más implusiva que yo, le contestó: “se equivoca  del todo, la propiedad privada no es la base de la democracia, pero lo que sí es cierto es que usted es un fascista”. No sé si “fascista” es la palabra, pero en esencia tenía toda la razón.