Esta es una de las preocupaciones más recurrentes en los foros alternativos de internet y una fuente continua de frustración entre quienes siempre están a todas. Se entinde perfectamente ¿Es que la situación no es lo bastante grave? Sí, la situación es muy grave, lo suficiente para que la sociedad entera se pusiera en pie, depusiera gobiernos y se apropiara de los fondos de los bancos para restaurar la economía productiva, el trabajo y el estado del bienestar. Sin embargo no sucede nada de eso. La gente, la mayoría de la gente, no sale a la calle más que en las grandes manifestaciones, y aun, y, eso sí, expresa una simpatía muy amplia respecto al movimiento del 15 M o los indignados. Vive su descontento, pero desde casa, y de una forma pasiva ¿Por qué? En mi opinión se debe a motivos de diversa índole.
Por una parte, si bien la situación económica es catastrófica, no ha llegado todavía a alcanzar una dimensión lo suficientemente grave y generalizada como para provocar desesperación en las familias. Y digo en las familias porque este es un aspecto importante: cuando el paro, las deudas o cualquier otro problema se ceba en alguien, la familia, generalmente, funciona subsidiariamente como una red de contención, un ámbito de solidaridad, que contribuye a paliar la situación de quienes sufren más directamente los efectos de la recesión. El paro juvenil de hecho es mucho mayor de lo que se contabiliza por la gran cantidad de jóvenes que siguen estudiando, a cargo de los padres, ante la ausencia de otras opciones y con la esperanza de que esto constituya una inversión para el futuro. En cualquier caso, el retraso en la edad de emancipación, si no hay trabajo para los jóvenes, implica un ahorro en sí mismo.
Por otra parte, la ayuda familiar se combina en muchas ocasiones con dos otros factores: una forma de vida más austera, que, distribuida en el conjunto del grupo familiar, se hace más llevadera, y el recurso, que no es nuevo ni mucho menos, a la economía sumergida: pequeños trabajos, a veces de corta duración, otras más estables, que se cobran en negro y en cualquier caso constituyen un alivio.
Otro factor importante es la ausencia, en general, en la población, de una cultura política participativa. Quienes vivieron el franquismo se acostumbraron a la máxima de no meterse en política, porque era positivamente peligroso. Para estas generaciones -insisto: en general- la transición democrática representó un nuevo mundo de libertad hasta entonces desconocido y altamente gratificante. Las generaciones que no vivieron el franquismo, o lo vivieron unos pocos años, crecieron en un mundo de libertad y prosperidad, auspiciada en parte por nuestra incorporación a la Comunidad Económica Europea ¿Qué necesidad había de preocuparse de otra política que la política parlamentaria de los partidos, que recogían prácticamente todas las opciones ideológicas? Nadie nos preparó para esta especie de tormenta perfecta en que la endogamia y la corrupción de los partidos se han unido al golpe de estado global que han dado los mercados. Ni siquiera esperaba nadie que apareciera el 15 M o los indignados y que esa llamada generación ni-ni se ganará de pronto, por medio de sus elementos más vanguardistas, un lugar en la historia y el respeto de la sociedad.
Por tanto, la actitud de la población, en general, respecto a la política, más allá de votar en las elecciones o, como mucho, militar en un partido político, no es participativa. De alguna forma es una actitud dependiente de un paternalismo encarnado antes por la dictadura y después por el gobierno central, el congreso y los diversos parlamentos y gobiernos autonómicos, incluso por unas etéreas figuras pseudopolíticas europeas no menos paternalistas.
Pero hay más. El tipo de información sobre la situación económica y la realidad en su conjunto que recibe mayoritariamente la población proviene de los medios de comunicación de masas. La información que se transmite a través de la inmensa mayoría en estos medios, a través de la TDT y de la prensa escrita, sean diarios o semanarios, o de la radio, es, respecto a la política y a la economía, cuanto menos confusa, cuando no directamente inexistente. Y no olvidemos que los programas más vistos en televisión suelen ser programas de entretenimiento basados en escándalos y trapos sucios del famoseo o de la gente corriente, que la prensa más consumida es la deportiva y los semanarios de mayor tirada los del corazón. Con toda esta carnaza ¿qué opinión se van a formar las ciudadanas y los ciudadanos de cómo están las cosas? ¿Qué especie de papilla van a tragar como aparente reflejo de lo que sucede y de lo que importa?
Tampoco nosotras y nosotros se lo ponemos fácil ¿Qué esperamos? ¿Que se informen por internet moviéndose dentro de un caos de informaciones puntuales que a veces ni guardan coherencia entre sí? ¿Que se apunten a todos los eventos, ya sea una asamblea, una manifestación, la contención de un deshaucio, un boicot…? No, eso no sucederá, y esperar que suceda sería un desvarío. La gente viene, quizás no tanta como quisiéramos, pero en cantidades considerables, cuando se convocan manifestaciones importantes, unitarias y con amplia difusión. Lo hicieron el 19 J, después de la represión de la acampampada de Barcelona, y lo hicieron el 15 O cuando se llamó a globalizar el sentimiento de indignación y el rechazo a las políticas neoliberales. A pesar de todas las razones antes expuestas, mucha gente se movilizó.
Después de esto ¿a qué nueva empresa colectiva se les ha llamado? Entiendo que es nuestro deber no sólo intentar movilizar al máximo número de personas para las grandes manifestaciones sino ser lo suficientemente imaginativas e imaginativos para llegar a todas esas personas, que a pesar de todo lo están pasando mal, para contrainformar adecuadamente y para convocarles a acciones que les parezcan razonables y que puedan asumir, que apunten a metas, modestas si se quiere, pero alcanzables. Si se hace así, si ven que, con su aportación, aunque no implique ninguna heroicidad, se puede cambiar algo, por poco que sea, estaran a nuestro lado, podremos contar con ellas. En resumen, hay que estrujarse la mollera y ajustar muy bien la planificación de las acciones que pretendan garantizar una respuesta colectiva. De lo contrario, nos podemos seguir quejando.