Nueva y brutal andanada del gobierno contra el estado del bienestar y las clases populares. Y ante ella me temo que tendremos la misma respuesta de las redes sociales: griterío; de la galaxia post 15 M: iniciativas pequeñas y dispersas; de los partidos de la oposición: debate parlamentario; y de los sindicatos: alguna manifestación, quizás una huelga sectorial y testimonial de funcionarios… nada más. La respuesta no va a cambiar como tampoco ha cambiado la política del gobierno al servicio de la dictadura financiera. Alguien lo resumía muy bien esta mañana en una sola frase: una devaluación apenas encubierta del país, a partir de hoy somos un poco más pobres y por esta vía jamás nos vamos a recuperar, vamos a seguir cayendo hasta llegar al nivel de la España de siempre. En fin.
Cada vez que escribo algún texto -como la semana pasada, o como ahora mismo- poniendo en cuestión la trascendencia de las redes sociales o la eficacia revolucionaria de las incontables iniciativas locales y sectoriales que vendrían a constituir la herencia del espíritu del 15 M, hay gente que se enfada conmigo.
Voy a intentar explicar como veo la situación actual de estos colectivos con la máxima claridad, a ver si consigo hacerme entender y que, por lo menos, si alguien se va enfadar conmigo, no sea por un malentendido.
Durante los años de crecimiento artificial que vivimos antes del estallido de la crisis, la crítica social estaba bajo mínimos. No digo que no existiera sino que no tenía una significación relevante. Parecía que todo iba viento en popa y que no había ninguna razón para esperar que se produjera un cambio tan brusco. Quien más quien menos hacía sus planes, tenía sus expectativas, ya fuesen dentro de la ortodoxia consumista o alternativas.
De pronto nos encontramos con que lo perdemos todo, o casi todo: el trabajo, nuestra casa, el estado del bienestar… o por lo menos lo vemos todo en peligro o seriamente recortado. Y con ello desaparecen nuestros planes, nuestras expectativas y nos tenemos que centrar en reponernos del susto e intentar sobrevivir como se pueda.
No todos, claro, hay grandes fortunas que pueden haberse visto afectadas o no, pero siguen siendo grandes fortunas y ponen a buen recaudo su dinero en valores sólidos o en paraísos fiscales, y también especuladores que caen como buitres sobre los países más afectados y prestan a intereses casi usurarios o compran -eso se dice mucho menos- a precio de saldo. Y también hay países fuertemente capitalizados y amigos, como Alemania, o instituciones internacionales, como el FMI o el BCE que ayudan a los países amigos endeudados, pero imponiendo unas condiciones draconianas de reducción de la deuda, que ¡oh maravilla! no recaen sobre las grandes fortunas, ni siquiera sobre los causantes de la burbuja financiera, sino sobre los pobres: asalariados, ex - asalariados, aspirantes a asalariados, autónomos y pequeños empresarios, pensionistas, estudiantes… los pobres, o lo que eufemísticamente se llama clases medias, ya saben: media-alta, media-media y media baja. Un esfuerzo colectivo, ¡qué bonito!
Y se constata que todo esto no sólo se hace con la aquiescencia de los políticos, del gobierno, sino que los gobiernos son los que se encargan de ejecutar tan injusta sentencia. En España, el gobierno del PSOE ignora la realidad sistemáticamente, intenta poner parches inútiles mientras el país se desangra hasta que en mayo de 2010 tiene que acatar, además, las medidas quirúrgicas impuestas por el directorio europeo. El gobierno del PP, que arrasa en las siguientes elecciones, ve como la nave se sigue hundiendo cada vez a mayor velocidad y en lugar de intentar reflotarla se dedica a astillarla. No se preocupen, hay botes para los de primera.
Antes de llegar aquí, se produce un hecho inédito en la historia reciente de España, el malestar de mucha gente y de muchos grupos, con un gran protagonismo joven, provoca el sonoro estallido del 15 M. El movimiento tiene por lo menos dos mensajes claros y compartidos por la inmensa mayoría: “le llaman crisis, pero es una estafa” y “no nos representan”, este último dirigido rotundamente contra todos los representantes políticos. El 15 M llena de esperanza muchos corazones. Yo no sé si escribiría esté blog o hubiese emprendido otras iniciativas sin el 15 M. Pero el 15 M, por su propia naturaleza, no está destinado a perdurar. Es un movimiento espontáneo y variopinto, sin ninguna posibilidad de organización global ni de continuidad.
El 15 M se disuelve, o se fragmenta, en múltiples asambleas locales, plataformas sectoriales, grupos en internet y todo tipo de iniciativas. Todo eso está muy bien, pero su capacidad de incidencia en el conjunto de la sociedad es muy escasa. Sirve, sí, para que se mantenga viva la conciencia crítica, pero cuidado, porque la conciencia crítica sin resultados puede abocar al desencanto, ya ha pasado muchas veces. La situación es parecida a la que siguió al mayo del 68, se ha dado un proceso de atomización, con iniciativas muy interesantes que pueden inducir incluso, a largo plazo, cambios culturales, pero eso no va a cambiar la realidad socioeconómica en que vivimos.
La realidad no ha cambiado en absoluto, bueno sí: para mal. Sólo las Pah han conseguido paralizar una pequeña parte de los deshaucios, el resto son iniciativas que no trascienden. Pueden ser muy importantes para quien las esté viviendo, decisivas en sus vidas, pero la mayoría social sigue agarrada a lo poquito que le queda y no está dispuesta a embarcarse en experiencias utópicas. Los mayores ya hemos vivido fenómenos como las cooperativas de consumo o la prestación mútua de servicios (eso que ahora se ha rebautizado como “banco de tiempo”) y nos retrotrae a un mundo de precariedad, a la España de siempre.
¿Que hay que cambiar los valores de arriba abajo? Vale, yo me apunto, pero esto no se impone, es un proceso muy largo y que requiere un gran consenso social. Para que ese consenso social se dé hay que cambiar la sociedad y la sociedad sólo se cambia desde la esfera política, o desde la revolución.
No parece que los políticos estén para grandes cambios, pero tampoco parece que la población esté por hacer ninguna revolución, y la situación de muchas, muchas, personas, no puede esperar a que las cosas cambien en generaciones, por lo menos en lo más básico se necesita un cambio ya.
Y aquí es cuando llegamos al quid de la cuestión: nadie sabe cómo. Toda mi solidaridad para el conjunto de iniciativas surgidas de o alrededor de la galaxia del 15 M, todo mi apoyo para los militantes de izquierdas que quieran plantar cara y plantear una alternativa política, pero ni una cosa -por su propia naturaleza-, ni la otra, por la precariedad de la respuesta y la incapacidad organizativa, van a llevar a cabo el cambio que se necesita ya: que yo necesito, que necesitan los jubilados, que necesitan los parados y los deshauciados, que necesitan los jóvenes privados de futuro…
El otro día veía el video de Teresa Forcades, muy bien, todo muy bien explicado, hay que cambiar el paradigma, pura lógica, pero ¿cómo?... ¡una huelga general indefinida! ¿¿¿quién va a hacer una huelga general indefinida???... El sábado escuchaba a José Luis Sampedro. Sigue pregonando la muerte del capitalismo ¡¡¡pero el capitalismo no se muere!!!... Entonces ¿cómo se va? Tampoco economistas que hacen tan magníficos diagnósticos como Vicenç Navarro, o Juan Torres, a los que leía hoy antes de que Rajoy me amargara el día, parece que tengan respuestas que nosotros podamos poner en marcha.
No creo que vayamos a conseguir una huelga general indefinida ni a cambiar las cosas en un plazo de tiempo razonable mediante una constelación de buenas intenciones.
¡Qué más quisiera que poder creerlo! Pero hay que seguir buscando y buscando, sin desfallecer. Por lo menos yo voy a hacerlo, aunque haya alguien que se me enfade, porque este es ahora nuestro problema capital: sabemos dónde queremos ir, pero no sabemos cómo se va.