Me encuentro en un estado de completa perplejidad y supongo que a muchas otras personas les debe estar pasando lo mismo. Después de tanto tiempo ¿alguien cree que estamos viviendo algo parecido a una crisis?... ¿que algún día esto se acabará y volveremos por lo menos a las condiciones anteriores?... ¿alguien cree que las medidas que están tomando los políticos son realmente coyunturales?... ¿alguien cree que indignarse sirve para algo?... ¿y que Peter Pan vive en el país de Nunca Jamás?
Lo siento mucho, pero esto no tiene nada que ver con la realidad. Vamos diciendo “no es una crisis, es una estafa”. Y no es una cosa ni la otra. Eso fue en todo caso el detonante, lo que estamos viviendo es el avance victorioso e imparable del capitalismo en su versión más prístina sobre la vieja Europa del Estado del Bienestar, el último bastión de la Res Publica. Es César cruzando el Rubicón de la protección social para implantar urbi et orbe el orden implacable del mercado.
No hay prisa, nadie quiere un levantamiento social ni un baño de sangre ¡Por Dios, en la civilizada Europa! Eso queda para las naciones bárbaras. Aquí basta con mantener el puño firme y estrujar a la gente cada día un poco más, en nombre de una chiripitiflaútica recuperación.
El año que viene será peor que éste, y el siguiente más y así sucesivamente. A lo mejor, hasta de vez en cuando nos dejan respirar un poco para que nos sigamos creyendo el cuento. Y así hasta que todo el mundo sea un mercado y todo lo que pulule en él, sea natural o artificial, humano o divino, valores o sentimientos… todo se convierta en mercancía y esté sujeto a la supuesta ley de la oferta y la demanda. Supuesta, porque la oferta siempre prevalece, como nos recordaba don Vito Corleone… “le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”.
¿Y quién es el causante de todo eso? ¿Los políticos? “No nos representan” gritamos. No, pardiez, claro que no nos representan ¿cómo nos van a representar -aunque quisieran- si el congreso está tomado por la dictadura del capital? César nunca quiso ser investido emperador ¿para qué, si tenía el senado a sus pies? ¡Incluso después de muerto! En aquellos tiempos, algunos políticos decentes se suicidaban. Ahora, que son tiempos menos heroicos, podrían irse a su casa, pero ¡ay! la calidez del escaño… Como en las malas novelas de misterio, los políticos, los mayordomos, cargan siempre con las culpas, aunque tan sólo sean cómplices más o menos agradecidos de sus amos, los verdaderos Señores del Capital. Y aquí, en Europa, es más bien raro que ambas condiciones coincidan.
Serán bien recompensados por sus servicios, naturalmente, pero los verdaderos Dueños del Mundo no aman la luz, y mucho menos exponerse a los focos de la opinión pública. Son discretos, grises, de apariencia insignificante, excepto algún bocazas que acaba ardiendo presa de su propia vanidad. Y a ellos les decimos “no hay pan para tanto chorizo”. Pero les da igual, lo quieren todo, independientemente de que todo sea poco o mucho ¿Nadie recuerda la escena de la banca de Mary Poppins?
Y ante eso ¿qué hacemos? La mayoría de la población, nada. Tragar con el cuento de la crisis y esperar más o menos resignadamente a que vengan tiempos mejores… Los pobres siempre han esperado tiempos mejores, el “día de San Jamás” como decía Bertold Brecht. Pero esos tiempos mejores suelen estar en “la otra vida”. Que suerte la de aquellas y aquellos que tiene otra vida, porque yo sólo tengo ésta y se me gasta tan de prisa… Tener fe es un chollo. Lo digo con malsana envidia.
Otras y otros nos indignamos (¡Naomi, ya tenemos logo!) y montamos unas acampadas de puta madre, que son la admiración de toda la sociedad ¿Han servido de algo? La pura verdad es que más bien no, aparte de despertar la conciencia cada vez más desesperada de muchas y muchos. Pero lo hemos hecho tan bien que hasta un medio tan conservador como Time nos concede el galardón (o la parte que nos toca) de personaje del año. ¡Joder, nos han dado un Oscar! ¿A quién se lo vamos a dedicar? “Pedroooo…!” Y somos tan imbéciles, con perdón, que hay quien se lo pone en el perfil de facebook, otro faccioso engañabobos en el que nos pasamos horas y horas haciendo revoluciones virtuales.
Pero ¿qué más podemos hacer? ¿Cosas pequeñitas, locales, alternativas? Mientras sean pacíficas las que queramos, a lo mejor hasta salen ideas para una nueva línea de productos. ¿Manifestaciones? Ningún problema, vivimos en una sociedad democrática, y no hay que preocuparse mucho por si alguien se desmadra y rompe algunos cristales o quema contenedores. El seguro lo paga todo, de eso viven, y además así se ejercitan nuestras fuerzas del orden, que buena falta les hace, por si se dieran disturbios mayores. ¿Jugamos a la guerra de números? A ver si así nos acostumbramos a regatear, que los jóvenes lo han tenido todo muy fácil… Y si hay algún herido se monta otra manifestación oye, por manifestaciones que no quede.
¿Qué más? Bueno, queda la huelga general. Una huelga de vez en cuando fortalece el espíritu, porque quien tenga trabajo va a sacrificar el salario de aquel día (con todas las prorratas anticipadas correspondientes) y para el gobierno también es reconfortante. Un gobierno que no haya tenido una huelga parece que no sea un gobierno de verdad. Otra cosa es si se plantea una huelga indefinida ¡Alto! Aquí hay que tener muy en cuenta las reglas del juego. Esto es algo así como un asedio medieval pero mejorado. Los huelguistas pasan a ser los asediados y aguantan lo que pueden hasta que el hambre y la sed les hacen rendirse. Y los asediadores… pero ¿qué asediadores? ¿contra quién se hace la huelga? Si los políticos y los empresarios de medio pelo no pintan nada, la huelga debe hacerse contra los Señores del Universo ¿no? Y éstos, en una economía globalizada, ni se dignan presentarse.
Entramos desunidos y salimos maltrechos y sin resultados. Lo tenemos francamente mal. Nos quedaría una huelga de hambre colectiva. Eso de que se les muera la gente no es bueno ni para los mercados, pero ¿quién se apunta? Hay precedentes que no animan mucho. En Irlanda lo hicieron algunos activistas del IRA y Margaret Tatcher dejó morir a unos cuantos hasta que el resto se retiraron. Cuando ella muera tendrá un lugar reservado en el Olimpo del Capital, a la derecha del Tío Gilito.
No, nos sirven las viejas recetas de la lucha obrera. Tal como están las cosas, yo creo que si, de verdad de la buena, queremos, por encima de cualquier otra cosa, plantar cara al capital con algunas posibilidades de resistir, de frenarlo, incluso tal vez de ganar terreno, tenemos que dejar todas nuestras diferencias en casa y acudir a un gran pacto social. Un gran pacto entre los movimientos de vanguardia y alternativos -surgidos o no del 15 M y de la galaxia de los indignados- con los partidos políticos que se declaren de izquierdas, los sindicatos y la sociedad civil, a la que debemos ganar para la causa de una forma claramente mayoritaria.
”Somos los de abajo y vamos a por los de arriba”, eso está bien dicho. Pero no es verdad que no seamos de izquierdas ni de derechas, porque, normativamente, las izquierdas están con los de abajo y las derechas con los de arriba. Otra cosa es que las izquierdas hayan perdido el norte, pero lo que hay que hacer es que lo recuperen, a sopapos si hace falta, y los sindicatos también, porque en esta guerra, aunque no seamos lo mismo, no sobra nadie, lo que falta son aliados para combatir las fuerzas del capital.
La división de la izquierda y la alienación de la sociedad son las grandes victorias estratégicas del capital. Y para deshacerlas debemos separar las formas de las esencias. A los políticos de izquierdas hay que hacerles recordar, recuperar su alma adormecida, o vendida por un plato de lentejas, y decirles “tu eres mi hermano ¿qué haces aquí? ¿por qué no marchas a mi lado?”. Hagamos manifestaciones, acampemos si hace falta, sí, pero ante la sede del PSOE, de Izquierda Unida, de UGT y de Comisiones Obreras, desgañitémonos hasta que nos escuchen, sin rencores ni partidismos. No queremos acabar con ellos sino que se nos unan, todos bajo una misma bandera, bajo un mismo lema, como en los tambores de Zimnik, “empezamos una nueva vida, nos vamos a un nuevo mundo”.
Y hagamos resonar también nuestros tambores casa por casa, barrio por barrio, pueblo por pueblo, para que despierten los muertos, se levanten de sus tumbas y de sus sofás, se arranquen sus tristes uniformes de víctimas y comprendan que ellos mismos pueden acabar con sus males. Que uno o una no es nada, ni diez, ni cien mil, pero que, si llegamos a ser millones quienes hagamos retumbar el tambor por la calle, en los estadios, en el parlamento… la victoria es nuestra. Porque el capital tiene una debilidad que sólo así podemos explotar: el capital es cobarde, huye frente a las masas si éstas marchan unidas y le plantan cara. Siempre ha sido así.
Necesitamos pues un gran pacto, sin heridas, sin reproches, sin maximalismos, un pacto de mínimos y de buena voluntad en el que no sobra nadie, un pacto de progreso en defensa del estado del bienestar.
Por el derecho al trabajo, a las pensiones y a la vivienda dignas. Por el derecho a una sanidad, una educación y una asistencia pública, universal, gratuita y de calidad. Por la racionalidad, la austeridad y la transparencia de todos los organismos políticos y las administraciones públicas.
Nada más. Un pacto inclusivo, sin más cláusulas ni matices, porque, o estamos unidas y unidos o nos esperan tres mil años de oscuridad ¿Qué hacemos aquí parados y paradas? Cojamos nuestros tambores, o nuestras cacerolas, y vamos a despertar a todo el mundo, empezando por nosotras y nosotros mismos y nuestras alucinaciones utópicas. Y si alguien quiere evitarlo, quiere imponer sus ínfulas de protagonismo, ya que hablamos de cuentos “que le corten la cabeza”, como decía la reina de corazones. Porque nosotras y nosotros “empezamos una nueva vida, nos vamos a un mundo mejor”.
Y ya que he utilizado tantas frases de la calle y de las redes, dejadme terminar desmintiendo en parte otra que ha hecho fortuna. Es de Eduardo Galeano: “Está en el horizonte […] Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y ella se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. Bonita reflexión para iluminar el sentido de la vida individual, pero muy peligrosa para aplicarla a una sociedad al borde del colapso multiorgánico. No necesitamos colectivamente bellos horizontes, sino objetivos posibles, victorias que nos permitan defender nuestras posiciones y avanzar palmo a palmo en el camino de la recuperación de una democracia real, que, si alguna vez estuvo, ahora anda perdida.
¿Comenzamos a dialogar?