Las
cosas claras. Nuestro gran problema, el de todo el mundo, es que vivimos
completamente sometidos a un capitalismo psicópata, psicópata y depredador,
desde la Patagonia hasta los confines de Groenlandia.
¿Acaso
el capitalismo no ha sido siempre psicópata y depredador? Sí, seguramente sí,
pero nunca a una escala global, como ahora, ni tan acusada y descaradamente. Y,
además, aunque esto no nos deje en muy buen lugar, nunca había clavado sus garras
con tanta intensidad en la sociedad occidental y sus clases medias. Los que
sufrían eran otros.
Ahora
no, ahora estamos en la parte de abajo de la cadena trófica, hemos pasado a
formar parte del colectivo de las víctimas. El capitalismo desatado ha divido
el mundo en dos grupos de persones. Uno es de los ricos, potentados, poderosos,
que lo tienen todo y cada vez van acumulando más y más riqueza y poder en sus
manos sin hacer nada, simplemente dejando que su dinero deambule por los
mercados y vaya aumentando su fortuna y su influencia. Por mucho que se oculten
detrás de bancos, fondos de inversión y otros camuflajes, son persones de carne
y hueso, como nosotros: mil personas, con nombre y apellidos, tal vez cien mil,
diez millones... qué más da, una ínfima minoria de la población mundial.
El
otro grupo lo formamos el resto de la humanidad, desde los que viven
relativamente acomodados y piensan que a ellos esto no les afecta, hasta la
gente que muere de hambre en África o a tiros en Oriente Medio. Tenemos en
común que, para los psicòpatas capitalistas, todo lo que tenemos, todo lo que
hacemos, todo lo que somos, nosotros mismos... son mercancías. Especulan con
nuestras viviendas, con nuestros salarios y nuestro trabajo, con nuestras
pequeñas empreses, con los alimentps, con la educación, la salud, con la guerra
y con nuestros órganos y nuestra sangre. Y sin remordimientos, son psicòpatas,
no tienen ninguna empatía, no sienten nada. Y nunca les basta con lo que
tienen, son depredadores, les mueve el olor de la presa.
Ésta
y ninguna otra es la gran cuestión que el mundo tiene planteada, que amenaza
realmente nuestra supervivencia y la del planeta.
Y,
ante eso, ¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer que sea realmente efectivo? Sabemos
que no podemos recurrir a ningún otro contrapoder: los políticos, los
militares, las Iglesias están a su servicio, en algunos casos tal vez ni lo
saben, pero están a su servicio, y, cuando actuan de manera contraria a sus
intereses, si su actuitud les puede suponer la más mínima amenaza, los eliminan,
como si aplastaran un mosquito.
Por
tanto, políticamente no podemos actuar, no tenemos ninguna esperanza de
avanzar. Cuando un movimiento social o político alternativo prospera, se lo
miran con la curiosidad y el desdén de un felino. Si ven que se trata de un
arrebato que no llegará a ningún sitio, o que ya se encargarán de de él los
propios políticos, ni se dignan mover una uña. Si, en cambio, piensan que puede
comportar algún peligro, encargan a sus sicarios –políticos, mediáticos, etc..-
que lo hagan desaparecer, y si puede ser en estado larvario, mejor. Movimientos
que parecen la gran cosa, si se examinan y uno se pregunta por qué han aparecido, de dónde han salido y por qué
se les deja prosperar, observa que, en el fondo, servirán para debilitar las
fuerzas políticas más incómodas para el capital y para favorecer a las más
pròximes y serviles. La caridad, las ong’s, los movimientos reivindicativos...
todo les es útil o indiferente. Sino, desaparece.
Entonces
¿Qué? ¿Cómo actuar? Lo ideal sería actuar como ellos y borrarlos de la faz de
la tierra, aunque sea metafóricamente: arruinarlos. Somos, com mínimo, mil
veces más que ellos, o más aún. Por tanto, si nos pudiéramos poner de acuerdo,
no debería constituir ningún problema. Pero eso, la vieja aspiración del
internacionalismo, saben que no es factible y la pueden combatir fácilmente:
divide y vencerás. También podríamos utilitzar sus mismas armas de psicòpatas y
depredadores contra ellos, pero no existe, ni parece imaginable que exista
alguna vez, algún tipo de organización de “justicieros sin fronteras”.
Nos
queda, sin embargo, una estratègia ganadora: hacernos pequeños, insignificantes
a sus ojos. En la misma Europa hay comunidades con sus propias normas, que
viven al margen del sistema, y nadie hace caso de ellas, porque tampoco
pretenden crecer ni reproducirse. En el mundo hay países pequeños, con sus
propias leyes y organización interna, y nadie les presta atención, por la misma
razón. Ya hace tiempo que diversos autores nos han recordado que “lo pequeño es
hermoso”, nos han recomendado “piensa globalment y actua localmente” y
conocemos muy bien las estrategias de la glocalización.
Obviamente
-lo dice el titulo-, estoy hablando de Cataluña y del independentismo. Debemos
reflexionar sobre por qué el independentismo ha crecido en Cataluña de una forma
exponencial en tan pocos años. ¿Acaso nos ha afectado una especie de pandemia
identitaria? Evidentemente no. Hay independentistas nacionalistas, y no les
faltan razones, porque, tal como han sido maltratadas la sociedad y la cultura
catalanas por el Estado español -que no es España-, no quieren saber nada más
de él. Pero la mayoría, además de estar hartos de ser tratados como un
estropajo, con prepotència y menosprecio, lo que queremos es, sobre todo, crear
un estado nuevo, lejos de un Estado y un estamento político que se encuentra
entre los más fieles servidores de los amos del universo. Recuperar la
dignidad, sí, però también recuperar el benestar y la justicia social, y
poderlo transmitir a nuestros hijos y a nuestros nietos. Somos lo bastante
pequeños, lo bastante insignificantes en el concierto de las naciones, como
para que, si nos separamos del Estado español, mientras respetemos las reglas
del juego básicas de la democràcia y de la economia de mercado -de verdad, no
del capitalismo especulativo-, nadie se preocupe especialmente de cómo
ordenamos nuestra casa.
Pero
¿Acaso en nuestra pròpia casa no tenemos ningún capitalista psicópata y
depredador, ningún político corrupto y servil...? ¿Acaso las grandes fortunas
no tienen aquí también algunos de sus intereses? Sí, capitalista psicópata
debemos tener alguno, pero ya se buscará la vida en otro lugar. En cuanto a
políticos corruptos, estamos al corriente, habrá que hacer limpieza. Y respecto
a los intereses de las grandes fortunas, jugaremos con un principio que todos
los depredadores respetan: el cálculo de costes y beneficios: “¿Para los
intereses que tengo ahí vale la pena hacer mucho ruido?”. Los depredadores son
sigilosos y no malgastan energías en perseguir a un ratón. Debemos ser como
ratones.
¿Y
todo esto lo conseguiremos así, de buenas a primeras? No, ¡qué va! Este proceso
tiene dos fases: La primera conseguir la independencia, todos juntos, sin
entrar en ningún tipo de discurso que no sea “queremos un estado
independiente”. Porque, sin un estado independiente, no podemos hacer nada más,
estamos condenados, sólo podemos ir a peor.
Y
necesitamos ser muchos, muchísimos, una gran mayoría, por dos razonez
principales: para que la comunidad internacional nos tenga que reconocer
inequívocamente, y para hacernos el menor daño posible con España,
recíprocamente. El gobierno español no quiere a España, porque esta separación
se producirá -y si ellos quisieran se podria produir sin daño alguno-, basta
con vivir en Cataluña para verlo: cada día somos más y más quienes vemos que,
si nos gobernamos nosotros mismos, lo haremos mucho mejor. Son dos mundos y
queremos estar en el mundo que encara el futuro con espíritu de progreso
económico, social y cultural. Todos: los catalanes nacidos en Cataluña, los
catalanes venidos de fuera y los catalanes hijos de los catalanes venidos de
fuera... eso hace ya muchos años que lo tenemos superado, aunque se quiera
engañar a la sociedad espanyola en este sentido: que vengan y lo vean.
Pero
es que, además, no queremos romper con la gente de España, amigos, familiares,
colegas, ni con sus tierras. Simplemente queremos un estado, ya somos lo
bastante mayores. Por eso queremos ser muchos y diversos, para que esto también
quede claro.
La
segunda fase vendrá cuando ya tengamos un estado, antes es imposible. Habrá que
votar un parlamento y sabremos muy bien quién es quién y qué defiende cada uno.
No votaremos a ciegas ni por eslóganes. Y este parlamento tendrá que elaborar
una Constitución, pero esta constitución la deberemos refrendar nosotros, el
pueblo, y si no refleja el país que queremos, les diremos que no, y que hagan
otra. Y con esto y las leyes subsiguientes construiremos un nuevo país, libre,
próspero y socialment justo.
Estoy
absolutamente seguro de ello, no por una cuestión de fe, sinó porque tengo
garantías: la extraordinaria movilización de la sociedad civil catalana. Quien
conduce este proceso somos nosotros y quien se ha manifestado en defensa de la
sanidad, de la vivienda, de la educación y de todos los principios propios de
los derechos humanos y del estado del bienestar somos nosotros. En la situación
actual de conciencia de la sociedad catalana ¿Alguien cree que nos llevaran al
huerto? ¡Que lo intenten!
Haremos
un país nuevo para construir en él un mundo major, tan lejos como podamos de
las garras de los psicópatas depredadores y de sus sicarios políticos. Estamos
a dos passos de conseguirlo: un estado y unas nuevas regles de juego. Nos
espera mucho trabajo y dolores de cabeza, pero vale la pena.
Y
quién sabe si en algún otro lugar alguien nos mirarà y dirà: ¡buena idea...! La
historia empieza cada día, y somo nosotros quienes la hacemos: tú, tú, tú, y
yo, los primeros.
Llorenç
Prats