Cada semana escribo una reflexión es este blog y mando el enlace a una multitud de grupos que me han ido incorporando.
Desde que empecé a escribir el blog en otoño del año pasado, básicamente he defendido dos causas, ambas desde la misma actitud ideológica de oposición a la dictadura del capitalismo y a las medidas que nos han impuesto sus gobiernos y a favor de recuperar la justícia social y el estado del bienestar con la mirada puesta en otro mundo posible y mejor.
Al principio concentré mis esfuerzos en el intento de dar visibilidad al malestar de la población mediante acciones sencillas, asumibles por todo el mundo, pero con un potencial de efectividad muy grande, a mi entender, en la medida en que podía constituir una manifestación permanente y cohesionar a la población en torno a unos problemas comunes, frente a unas agresiones comunes.
Pedía cosas tan sencillas, y creo que tan necesarias, como lucir todas y todos una misma chapa o encartelar nuestros balcones permanentemente con nuestras denuncias, sacar la crisis, permanentemente a la calle, mediante nuestras propias personas y nuestras casas, para abordar después otras acciones. La invisibilidad cotidiana del malestar, la fragmentación de las protestas, todo eso, no ha hecho más que favorecer a nuestros verdugos. Entendía que era, y sigue siendo, necesario, generar una actitud constante de protesta masiva y pacífica.
No fue posible. Llegamos a crear un grupo de facebook desde el cual editamos chapas y manifiestos, con toda ilusión e ingenuidad. Lancé una llamada al compromiso individual para mantener pancartas en nuestros balcones y ventanas denunciando todo lo que nos están haciendo… pero ninguna de estas iniciativas tuvo un seguimiento mínimamente significativo.
Denuncié el hecho de quedarnos únicamente en la queja y la denuncia en internet, el opio del pueblo indignado, y la escasa beligerancia -no necesariamente violencia- de las manifestaciones… Nada, muchas y muchos me daban la razón, pero nadie cambiaba sus actitudes, sus actuaciones en grupúsculos que para nada preocupan a los mandarines. Parece que, como el pueblo bíblico de Israel, estuviéramos esperando al mesías, sin querer darnos cuenta que el único mesías posible estaba en cada una de nosotras, en cada uno de nosotros.
El verano pasado, olvidadas ya las alegrías del 15 M y con el PP bien asentado y el país convertido en una carnicería, mis esperanzas de conseguir, no ya cambiar algo, sino evitar lo que estaba por venir, estaban por los suelos.
En aquel momento surgió con fuerza el movimiento soberanista en Cataluña. Un posicionamiento que el gobierno de CiU quería utilizar como apoyo a las negociaciones del pacto fiscal, se convirtió en un movimiento multitudinario que confluyó el 11 S en la mayor concentración popular que se haya visto jamas en España. La manifestación desbordó ampliamente las pretensiones de CiU de apoyo al pacto fiscal, incluso las de la oficialmente convocante Assemblea Nacional de Catalunya de pedir que Cataluña fuera un nuevo país de Europa. El único grito que se escuchó durante toda la tarde-noche y que hacía retumbar las piedras de las calles y los edificios de Barcelona era “independència”: in-inde-inde-penden-cià.
En Cataluña siempre ha habido un claro sentimiento identitario, muy vinculado a la lengua, y también a otros símbolos políticos y culturales. Y ese humus mayoritario ha alimentado un sentimiento y un proyecto independentista que, hasta ahora, había sido significativo pero minoritario.
En la manifestación del 11 de septiembre estaba ese sentimiento y ese proyecto histórico, pero estaba sobre todo la convicción de que Cataluña no es eso, de que para poder hacer frente a la crisis había que librarse ante todo de esa España negra del PP que nos retrotraía al franquismo, y estaban también toda una retahíla de agravios que se habían venido sucediendo durante siglos y que siempre habían acabado igual: con el sufrimiento de los catalanes.
Por no remontarnos más allá, en la manifestación estaba la humillación de la Transición tutelada por el franquismo, estaba una Constitución que no contemplaba para Cataluña mayores libertades que las de cualquier región, dentro de un sano regionalismo bien entendido, una mera descentralización administrativa, estaba una incomprensión constante de la importancia y de la necesidad de defensa y proyección de la lengua catalana, siempre tratada con cicatería, estaba un desequilibrio fiscal que iba mucho más allá de la solidaridad y la justicia y que alimentaba una mala administración de los gobiernos central y autonómicos -unos más que otros-, estaba esa sensación de que en Cataluña, además, no se invertía un euro, que los ciudadanos catalanes pagaban más por todo y en cambio no disponían de las infraestructuras necesarias para desarrollarse mejor, estaban los recursos continuos al constitucional para frenar cualquier iniciativa que permitiera crecer a Cataluña, la altanería de unos políticos que decidieron “cepillarse” el nuevo estatuto del que el pueblo se dotó y que aún después lo liquidaron en un Tribunal Constitucional caducado y politizado hasta la médula, estaban ritmos muy distintos para enfrenter los retos de la historia, e incluso el inusitado ahínco con que se perseguía cualquier intento de formar una selección catalana de cualquier deporte, mientras el país se henchía de orgullo patrio con los éxitos de la roja de fútbol o de baloncesto, plagadas de catalanes… Todo esto y mucho más estaba en la calle.
El president de la Generalitat, Artur Mas, no quiso ignorar la petición colectiva y, en un gesto que le honra, convocó inmediatamente elecciones al parlament pidiendo a la ciudadanía de Cataluña, una “mayoría extraordinara” para afrontar un proceso que condujera al pueblo catalán a un referéndum de autodeterminación. Eso, conviene recordarlo, después de hacer un último intento con Mariano Rajoy para, a la vista de cómo estaban las cosas, pedir de nuevo el pacto fiscal. La derecha española no sólo no le escuchó, sino que le demonizó y amenazó a Mas y a Cataluña con todos los males del Apocalipsis si decidían seguir esta senda. A la socialdemocracia española, incluso a la izquierda, le falto tiempo para ponerse en contra de la indepencia de Cataluña: “Cataluña es España”, decían unos y otros sin que se sepa muy bien en que democráticas razones se apoya eso. Y aquí se creó una situación de no retorno.
Sin embargo el proceso era imparable, el pueblo había tomado la palabra, y era la primera vez que lo hacía con tal contundencia y una idea tan clara desde que empezó la crisis. Podía haber todo tipo de matices pero la idea central y ampliamente compartida era diáfana: “nos vamos de España”. Creo que ni tan siquiera los movimientos indignados, del 15 M, asamblearios… altermundistas en general, fuera de Cataluña, supieron ver la ocasión histórica, no sé si por falta de información o de capacidad de análisis o porque les cegaba un internacionalismo más españolista de lo que estaban dispuestos a reconocer. “Primero hay que luchar por los derechos sociales, después ya vendrá el derecho a la autodeterminación” decían, sin advertir, aparentemente, que esa guerra, por ese camino, la habíamos perdido ya hace tiempo. “Váis a caer en las redes de la burguesía catalana”… Ese fue un error muy corriente, tanto por parte de los medios y los políticos españoles como por parte de los movimientos alternativos: confundían el afán de independencia de todo un pueblo con las aspiraciones que atribuían a Mas. Atacaban a Mas como si fuera una especie de nave nodriza y los colegas altermundistas nos advertían de que estábamos abducidos por ella y haciéndole el juego. Ignoro si Mas tambien participaba de esta idea y pensaba acumular todo el poder en sus manos para poder decidir el qué, el cómo, y el cuándo de este proceso. Me gustaría creer que no.
El caso es que el pueblo actuó con sabiduría. Obviamente, en ese grito colectivo del 11 S estaba también todo el sufrimiento que le había producido la política neoliberal que Mas y su gobierno también habían estado aplicando sin ningún rubor. Queremos la independencia para salir de la crisis, no para continuar en ella. Así, CiU, la formación encabezada por Artur Mas, no sólo no consiguió una mayoría extraordinaria, sino que perdió doce escaños y con ellos, la mayoría absoluta de que disfrutaba. Pero el soberanismo, en cambio, sí consiguió esa mayoría extraordinaria, un soberanismo que giró a la izquierda para apoyar a Esquerra Republicana de Catalunya, Iniciativa per Catalunya e incluso una formación altermundista pero ferozmente independentista como la CUP. CiU y ERC suman, sin contar con otros apoyos, 71 diputados, una amplia mayoría absoluta y, después de las declaraciones del PSC desmarcándose del unionismo del PSOE, en el parlamento de Cataluña sólo hay 28 diputados contrarios al referéndum de autodeterminación (PP y Ciutadans) de un total de 135.
Ya he explicado en diversas reflexiones anteriores en este mismo blog como pensaba que esto abría un camino, señalaba un punto de luz hacia el que avanzar para conseguir una Cataluña independiente y socialmente justa, una nueva Islandia en el seno de la Unión Europea, pero con una dimensión y relevancia imposible de ignorar y como eso podía constituir un estímulo para tantos otros pueblos y obligar a modificar ciertos inamovibles dogmas económicos del neoliberalismo.
Nada de eso va a ser fácil, por supuesto. Hay que lucharlo día a día, palmo a palmo. Por eso en parte pongo fin a la presente etapa de este blog, para centrarme, sin solución de continuidad, en la siguiente: la lucha por la independencia y la justicia social en Cataluña. Aunque en las elecciones del 25 N voté a Esquerra Republicana, y estoy muy satisfecho de haberlo hecho y pienso que, en estos momentos, es una formación claramente de izquierdas -socialdemócrata si se quiere- que va a desarrollar una política sólida y coherente (dentro de los estrechos márgenes que nos permite la subordinación a la legislación española y a la política de su gobierno), a pesar de todo eso, mi corazón altermundista está con la CUP, la Candidatura de Unitat Popular. Al final de este artículo dejo un enlace con el discurso que pronunció el representante de la CUP en el parlament (donde de momento tienen tres escaños) y que suscribo plenamente -o casi-, como horizonte político.
Soy consciente que he estado mandando enlaces de mis artículos a muchos grupos del resto de España y de otros países a los que seguramente nuestra lucha cotidiana por avanzar hacia la independencia y la justicia social no les interesa, incluso les molesta tal vez en algunos casos. Por tanto, después de éste, ya no voy a colgar ningún otro enlace en grupos de fuera de Cataluña y voy a seguir publicando mis artículos en clave interna y en catalán, lo cual puede hacerlos más ágiles y espontáneos al ser mi lengua propia, aquella en la que pienso, sueño y me expreso mayoritariamente. Por supuesto, si alguien quiere seguir recibiendo mis enlaces, grupo o persona, sólo tiene que comunicármelo y se los remitiré puntualmente con mucho gusto.
Ahora es el momento de centrarse en esta lucha y no quisiera molestar a nadie por ello. Una lucha que creo sinceramente que es de todos, que no porque se produzca en un pequeño país deja de tener trascendencia para el resto de la humanidad, y mucho menos para mis hermanos españoles. Así lo espero, por el bien de todos, deseadnos éxito y hasta pronto.
http://ves.cat/bUW5 [Discurso de David Fernández, CUP, en la sesión de investidura del president Mas en el parlamento catalán]