Desde el momento en que las insituciones políticas democráticamente elegidas (a cualquier nivel territorial) ceden ante los intereses espúreos del capital especulativo, que reclama la devolución de una riqueza que nunca ha existido, la democracia parlamentaria queda seriamente afectada y se convierte en una especie de ceremonial versallesco en gran parte vacío de contenido. La impresión de estar contemplando muñecos inanimados, que tenemos con frecuencia cuando escuchamos los discursos de nuestros políticos, no carece de fundamento.
Ahora, esas mismas instituciones, esos mismos políticos, nos llaman, en España, a participar en unas elecciones libres que se antojan una grotesca pantomima ¿Para qué vamos a votar? Ni yo ni nadie con quie yo pueda compartir algo votamos para que se aplicara esta política, para que desmontara el estado en su sentido más pristino y se sacrificaran sus más nobles funciones en los altares de las bolsas mundiales. El cuerpo me pide soltar un exabrupto y largarme con el viento fresco, ni siquiera me apetece hacer el esfuerzo de rellenar un voto nulo con alguna expresión soez.
Y sin embargo votaré, porque, ya lo dije en otra entrada ¿qué otra opción nos queda? Ante el asalto a nuestros derechos más elementales, a nuestras ilusiones más íntimas y modestas, a nuestro futuro, a nuestras propias vidas… ¿qué otra cosa podemos hacer que no sea utilizar los mecanismos de la democracia parlamentaria? Podemos movilizarnos, por supuesto, y espero que sigamos haciéndolo, pero con eso podemos conseguir como mucho ligeros retoques en algunas medidas sociales, influir en el estado de la opinión pública y la de algunos políticos… mo más. Repasemos la historia: ninguna revolución pacífica ha triunfado jamás en un contexto que se asimile mínimamente al nuestro. De nada nos valen ejemplos como los de Islandia, por estimulante que sea, con una población más propia de un vecindario de una gran ciudad que de un estado de la Unión Europea, ni la India de Gandhi, en un contexto mundial de sustitución del colonialismo político por el imperialismo económico, y que además terminó en un baño de sangre, ni las revoluciones árabes frente a regímenes dictatoriales sin ninguna legitimación popular y con el interesado apoyo occidental… No, en nuestro contexto, desgraciadamente, no caben revoluciones pacíficas para cambiar las cosas, ni se dan las condiciones, ni la relación de fuerzas, ni el sentimiento en la inmensa mayoría de nosotras y nosotros para cambiar el statu quo de otra forma que no sea ejerciendo nuestros derechos como ciudadanas y ciudadanos.
Por eso votaré, porque, a pesar de todo, la forma más plausible de reorientar el rumbo de la historia hacia el bienestar de la humanidad sigue siendo la democracia parlamentaria, no sola, por supuesto, pero como plataforma principal. Si no es a través de los parlamentos, me temo que no conseguiremos nada que no pueda ser deglutido cómodamente por el sistema capitalista, entendido como la preeminencia de los intereses del capital por encima de los intereses y las necesidades del pueblo.
Y, puestos a votar ¿a quíén votar? He recabado y escuchado muchas opiniones en estos días, en todos los sentidos, y supongo que las seguiré recabando y escuchando y ofrezco esté blog como un espacio más para expresarlas y debatirlas. Unas hablan directamente de abstención, con el argumento de que esto, al bajar el número de votos necesario por escaño, favorece la entrada de los partidos pequeños, pero eso sólo valdría si los que se abstuvieran fuesen los que van a votar a los partidos mayoritarios, que, por lo menos en el caso de la derecha, está claro que no lo harán, y si no es así el efecto no se produce. El voto nulo, más allá de su función catártica, produce el mismo resultado en cuanto a aritmética electoral. El voto en blanco, en cambio, en la medida en que hace aumentar la participación encarece la obtención de escaños, para la cual se necesitan más votos, como sucede con el voto a partidos previsiblemente extraparlamentarios, ya que estos votos, si no se obtiene ningún escaño (muy caros en según que circunscripciones electorales) y, en todo caso. los restos sobrantes, también se van a repartir proporcionalmente entre los partidos más votados.
En esa tesitura, parece que los únicos votos que realmente van a encarnar la voluntad del o la votante son aquellos que se dirijan a partidos que previsiblemente vayan a obtener representación parlamentaria en la circunscripción en cuestión (y aun así quedan los flecos, pero, con esta ley electoral, no podemos controlarlos). Obviamente cada cual votará como le venga en gana (este derecho aún no nos lo han recortado) pero yo voy a intentar utilizar mi voto como un instrumento más de rebelión y para eso voy a votar a la izquierda.
No me parece higiénica la alternancia, ya sé que se dice mucho, porque, en el estado actual de cosas, debe producirse entre dos únicas opciones hegemónicas y cerradas. Mi concepción de la democracia tiene mucho más que ver con la pluralidad y las listas abiertas, que permitan, e impliquen, una mayor corresponsabilización de las personas con su voto. Y esto, de momento, no lo tenemos.
El gobierno socialista saliente lo ha hecho muy mal. Ciertamente ha puesto en marcha algunas leyes y reformas sociales importantes que pueden verse seriamente amenazadas por un gobierno de derechas (quien viva o conozca Cataluña tiene una clara muestra, y representa que moderada, de lo que puede hacer la derecha, con el gobierno de CiU). Pero, en cualquier caso, coqueteó durante mucho tiempo con la burbuja inmobiliaria, se perdió en un laberinto de medidas paliativas para la crisis que no quería reconocer, medidas que no sirvieron prácticamente para nada, y, sobre todo, asumió el papel, que no correspondía a un partido de izquierdas, de acatar y aplicar las medidas impuestas por el directorio europeo. En ese momento, el gobieno Zapatero debía haber dimitido y convocado elecciones, por lo menos para que la ciudadanía tuviéramos bien claro quién era qué y dónde estaba. Un partido llamado socialista aplicando medidas neoliberales de carácter radical fue un espectáculo bochornoso.
Después vino el 15 M, y con él, muchos y muchas nos sentimos tocados por un hálito de aire fresco y comenzamos a manifestarnos y a levantar nuestras voces, y lo seguiremos haciendo sin desfallecer, que a nadie le quepa ninguna duda. Y nuestro mensaje caló, por lo menos formalmente, en algunos políticos de la izquierda. Alguno llegó a hacerse portavoz improvisado de nuestras reivindicaciones en el congreso, otros, me consta, han vivido serias crisis ideológicas y han promovido el debate dentro de sus partidos. Rubalcaba, aunque muy matizadamente, incorpora moderadamente algunas ideas surgidas del 15 M y las movilizaciones posteriores en su programa y otros partidos más a la izquierda lo hacen de una forma más directa.
Creo que debe entenderse el 20 N como una batalla más en nuestra lucha. Y esta no se libra con nuestra presencia en las calles, con asambleas, consignas o manifiestos, sino con los votos.
Todas las encuestas dan como claro vencedor de las elecciones al PP de Mariano Rajoy. Esto significa la derecha de la derecha, daría lo mismo poner en su lugar directamente a los directivos de los bancos y de los fondos de inversiones junto con algún grande de España. Y estos no nos van a hacer ningún caso, para ellos somos claramente el enemigo, un enemigo al que se puede tratar con condescendencia mientra no moleste demasiado, o con contundencia cuando consideren que ha cruzado la líneas de las buenas maneras. Bien, pues al enemigo ni agua, ni un voto por error u omisión. Dicen que su victoria es imparable pero si no lo intentamos no lo sabremos jamás.
En esta batalla incruenta hay que luchar con todas nuestras fuerzas para que gane la izquierda o para que, en el peor de los casos, el PP no lo haga con mayoría absoluta, de manera que no pueda funcionar como una apisonadora en el parlamento, sino que se vea obligado a pactar. Da igual que se vote al PSOE, a IU o a otro partido de izquierdas que pueda obtener escaños. Da igual mientras no se tire el voto. Yo me inclino por votar al PSOE porque pienso que es el voto que aritméticamente más puede favorecer al bloque de partidos de izquierda. No me gustan las listas que han confeccionado a base de codazos y con escasa renovación, temo la realpolitik y el apoltronamiento… Pero esa es otra fase de la lucha. Si se consiguiera un gobierno de izquierdas o, por lo menos, una oposición de izquierdas con capacidad de vetar según qué medidas de gobierno, según que iniciativas legislativas, al día siguiente tendríamos que estar pidiéndoles cuentas y exigiendo, para empezar, una renovación a fondo de la ley electoral para dar cabida a una mayor pluralidad y a una representatividad más directa.
Esta es mi opción en estos momentos, estoy abierto a reflexionar sobre todo tipo de opiniones razonadas, pero lo que no pienso hacer es votar por ética ni por estética, lo que estamos viviendo es demasiado grave y lucharé contra ello en todos los frentes, pero el dia 20 N mi arma, nuestra arma, es mi voto, nuestro voto.