Estoy harto del espíritu navideño. Dentro de la sociedad narcotizante en la que vivimos, estas fechas representan el colmo de la alienación y del sometimiento al sistema. Son las fechas de la felicidad por decreto, de comer y beber hasta el hartazgo con familiares que en muchas ocasiones no quisieras ver (ni ellos a ti) y de gastar más de lo que puedes en regalos estúpidos que los grandes almacenes se encargarán de financiarte en doce cómodos meses sin intereses (si tienes nómina).
Entiéndase, no estoy en contra de la felicidad, faltaría más, pero que no me la impongan, que me dejen gestionarla cómo, dónde, cuándo y con quién quiera. Tampoco estoy en contra de comer y beber, por supuesto, incluso de pasarme en algunas ocasiones si puedo, pero también quiero poder elegir con quién, dónde, cómo y cuándo -y en este caso incluso el menú si es posible-. Ni siquiera estoy en contra de la familia, pero sí de la familia como algo impuesto: que cada cual defina quién forma parte de su familia y qué relaciones mantiene con cada miembro. Tampoco estoy en contra de los regalos, me gusta hacer regalos y también que me los hagan, pero de una forma personal y tranquila, a veces porque sí, sin razón alguna, como una caricia a un ser querido o de un ser querido.
Nada de esto tiene que ver con la orgía de hipócritas liturgias, falsas tradiciones, familismo edulcorado, excesos indeseados y consumismo desaforado, que viviremos estos días, todo sazonado con ñoñas lucecitas y villancicos, musiquitas y muñequitos irritantes, pomposos discursos de autoridades a las que más les valdría estar calladas… Y por encima de todo como una gran nube de paz que nos dejará pintada en la cara una sonrisa imbécil, que más de una vez me ha hecho preguntar si estos días echan algo en el aire de nuestras ciudades.
Mientrastanto seguirán habiendo en nuestro país cinco millones de parados, la gente perderá sus viviendas, los comedores sociales se llenarán a rebosar, la desesperanza hará aumentar el número de suicidios (cada año pasa en estas fechas), las guerras no se detendrán y en muchas regiones del mundo la gente seguirá muriendo de hambre mientras los países ricos y emergentes nos lo cargamos. Pero estos días todo eso no importa: ¡es Navidad!
¿Y todo eso por qué? Básicamente porque es el momento en que el sistema se reproduce a sí mismo y demuestra su prepotencia por encima de los individuos mediante la escenificación de ritos. La Iglesia reafirma su primacía ideológica en nuestra sociedad: detiene el mundo para conmemorar el nacimiento de su dios. Los mercados nos recuerdan la obligación de comprar regalos y manjares, aun a costa de otras necesidades más perentorias, y nos ponen a sus pies. La estructura social se manifiesta en toda su rigidez y nos encuadra en la familia, en nuestra clase social, incluso en la fidelidad a nuestra empresa, para quien la tenga. Los máximos mandatarios políticos exhiben su autoridad desde los púlpitos de los medios de comunicación. Y quien se resista será considerado un marginal, un indeseable… cuando no lo viva, a causa de la fagocitación que ejerce el sistema, como una desgracia. Eso es la Navidad, con toda la galaxia de fiestas y celebraciones que la acompañan.
Porque otro sentido no tiene. Desde un punto de vista religioso, Jesús de Nazaret, si existió como personaje histórico, no se sabe ni mucho menos cuando nació. La Iglesia adoptó la fecha de la Navidad para cristianizar los rituales paganos del solsticio de invierno en los que se invocaba el nacimiento del sol. De ahí esos niñosjesuses tan solares, con la melena rubia (muy palestino, por cierto) y el halo solar, y las misas del gallo (padre del sol) y las hogueras a la salida… Pero tampoco celebramos los rituales paganos de los pueblos agrícolas de renovación de la naturaleza (y el mundo) en el solsticio de invierno (de ahí el tió o tronco, el árbol de Navidad -que es lo mismo-), incluso las luces, la música y los regalos, que pretenden despertar a la naturaleza e invocar la fecundidad de las cosechas. Ahora, nuestras cosechas no dependen de divinidades ni fuerzas del más allá cuyo favor debamos procurarnos mediante ritos, sinó de la PAC, de políticas proteccionistas, de la especulación con el precio de los alimentos. No sé a qué divinidades deberíamos invocar en nuestra situación, pero a las divinidades solares y de la fecundidad estoy seguro que les importamos un carajo.
Mañana iré a celebrar la Navidad en familia, a regañadientes, pero para evitar males mayores. Supongo que muchos y muchas haremos lo mismo, desde esta noche. Os deseo que lo paséis muy bien, o lo mejor posible. Pero tengamos muy claro que éste no es un tiempo de paz ni un tiempo de amor, sino un tiempo de prostración ante el becerro de oro, ante monarcas, patriarcas y sacerdotes de todas las religiones sagradas y laicas que ordenan nuestras vidas, aunque nos prostremos en nombre de la tradición y la nostalgia.
Ojalá un día podamos celebrar lo que queramos, con quien queramos y cuando queramos y la paz y el amor que representa que embarga el mundo durante estas fechas, sean manifestaciones cotidianas, y de verdad.
Estos son los más sinceros saludos de navidad que he leído en mi vida. Vengo de una familia “muy bien constituida” como la sociedad lo decreta, por lo tanto no escribo desde el resentimiento como muchos fieles y admiradores del sistema critican a quienes criticamos estas fechas. (mis profundos respetos a los que vienen de familia “no bien constituida” pues seguramente ellos tienen más bases para no admirar esta fiesta). A pesar que lo he pasado bien siempre en navidad, comparto profundamente tus reflexiones. Estos días no tienen nada de paz y amor. Más bien en estos días, veo esa mano maquiavélica del sistema en su gloria, que nos impone consumir compulsiva y neuróticamente sin dejarnos libres.
ResponEliminaPara mí la navidad es emblemática de la gran paradoja de nuestra cagada cultura occidental, es como un eructo grosero del sistema que ordena el balance empresarial del año. La última misa del Gallo que fui no podía ser más bizarra, casi me meo de la risa. Llena de fetiches materiales, como una fila doble de dos curas que sostenían a dos nenucos (no exagero) que representaban al niño Dios y la gente besaba a estos muñecos con olor a goma. Creo que habían comprado en el supermercado dos nenucos para hacer una misa mas “express” y mientras el cura (hombre) sostenía el muñeco por cada persona que lo de besaba, unas monjas tenían un trozo de género que le limpiaba la zona de besos para el siguiente. Una vez mas una película de Almodóvar queda pequeña a la realidad. Fetichismo, machismo, paradoja y escenas muy graciosas que al menos me regalaron humor.
Pero bueno, me sumo a tu reflexión, también iré a celebrarla pero siempre buscando esa libertad que tu reclamas. Que cualquier momento de la vida y cualquier lugar está ahí esperando que hagamos “regalos” que compartamos momentos y que vivamos una espiritualidad mas verdadera-
gràcies per aquest espai
Bon Nadal
Pablo Soriano
Te agradezco mucho el comentario y creo que quien lea el blog lo hará también porque enriqueces mi reflexión y le añades unas ilustraciones realmente impagables. La próxima entrada la hacemos a medias! Un abrazo. Llorenç
ResponEliminaCompletamente de acuerdo, si a eso le añades como se siente alguien que además de humanos intenta respetar a todo ser vivo capaz de sufrir (vegano o vegetariano)...imagina lo que supone ver esas tremendas mesas llenas de cadáveres, animales que fueron explotados y asesinados...
ResponEliminaEn fín, mas de lo mismo en este tiempo de especial hipocresía.
Saludos :)
Cuando yo tenía 18 años (y tú también), mandé a mis amigos una felicitación de navidad, firmada a medias. Era la Declaración de los Derechos Humanos, sin más. La idea fue del otro, por eso puedo decir hoy, todavía, que fue genial.
ResponEliminaMaría.
Pues sigue siendo una idea vigente. Lo suyo sería mandarla ilustrada, artículo por artículo. A ver después quién se come los canelones... ;)
ResponEliminaHe intentado convencer, a una pareja de la familia, de que no hagan un regalo material a mis hijas para el día de reyes. He fracasado en el intento.
ResponEliminaHe intentado convencer a mi madre de que reduzca en alrededor de un 40% por cierto lo que normalmente sirve en mesa en navidades. Lo he conseguido, pero ha sido una lucha de muchos años.
Quedan dos tercios de fiestas (fin de año y reyes) y ya estoy hasta el moño (y eso que no tengo). Hasta el moño de amigos invisibles, de papanoeles, y de intentar convencer a algunos familiares de que vivo en un piso y no en un almacén de juguetes.
Cuando alguien me dice "Feliz Navidad" no sé que contestar: se me traba la lengua, me faltan las palabras, y parezco tonto.
Cuando en una fiesta de cumpleaños sale el pastel con las velas encendidas, ya no canto el "cumpleaños feliz": me parece una canción triste y ridícula. Desde hace dos años deniego las invitaciones a fiestas de cumpleaños que hacen las amigas de colegio de mis hijas. Calculo que me salvo de acudir a 35 fiestas de cumpleaños al año.
Y tengo que confesar que tampoco celebro los cumpleños de mis hijas según la usanza.
En pocas palabras, Llorenç, me estoy convirtiendo en un "marginal y un indeseable" (todo un soso).
Sé que no iré al cielo por todo ello, pero al menos me siento un poquito más libre.
Un saludo.
David
Pues ese poquito más libre te hace más rico y mejor, porque es fruto de la dignidad que nadie te puede arrebatar nunca si tu no quieres. Felicidades y un abrazo. Llorenç
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