No hay trabajo para tod@s
Nuestro mayor problema, por lo menos el más acuciante, es el paro, ciertamente. Pero no es menos cierto que, ni ahora ni en un hipotético escenario después de la salida del tunel, no habrá trabajo para todo el mundo. Las políticas de austeridad, contención del déficit y recortes no favorecen en absoluto la ocupación, pero, aunque no fuera así, si no queremos caer de nuevo en una burbuja consumista, sea inmobiliaria o de otro tipo, la producción no alcanza para ocupar plenamente al conjunto de la población activa. La tecnología, además, hace que la mano de obra sea cada vez más prescindible y selectiva. Y eso está bien, en abstracto es un proceso de emancipación de la humanidad de lo que en su día fuera vivido como un castigo divino. Sería absurdo caer en una tentación ludista en contra de la tecnología.
¿Qué hacer?
¿Y entonces qué hacemos? En primer lugar poner las cosas en su sitio: el problema no es el trabajo, sino la distribución de la riqueza. La gente de Renta Básica lo está diciendo desde hace mucho tiempo y tienen toda la razón. El obstáculo es que para aplicar la renta básica deben producirse cambios substanciales en el modelo impositivo, y ya dijimos que los ricos no se dejan subir los impuestos. Este es el único punto débil que tiene el planteamiento de la renta básica (para quien no lo conozca puede seguirse el enlace en este mismo blog). La idea de que si todo el mundo cobra un salario universal -por el mero hecho de existir- , dejará de trabajar, es absurda y se ha demostrado suficientemente. La inmensa mayoría de la gente lo que haría sería mejorar sus condiciones de vida, trabajar menos quizás, y trabajar tod@s, y desarrollar la creatividad, que siempre redunda en innovación y más riqueza (económica o de otro tipo). Y si alguien prefiere jubilarse joven y sobrevivir con lo justo ¿qué hay de malo en ello? Hay montones de ric@s y de hijos e hijas de ric@s que no hacen otra cosa que vivir unas eternas vacaciones, y no con el salario mínimo precisamente.
Pero, si realmente es imposible llevar a cabo una redistribución de la riqueza por la vía de una fiscalidad equitativa sin llevar a cabo una revolución, nos queda todavía mucho margen para mejorar la situación.
Una estrategia posibilista
En primer lugar, deberíamos vincular estrechamente el coste de los subsidios de desempleo, incluyendo la pérdida de cotizaciones a la seguridad social que comporta el paro, por una parte, con el despilfarro público que ha dejado en evidencia la crisis y, por otra, con los recortes de las prestaciones sociales básicas.
Habría que constituir un fondo estatal finalista para contratar al máximo número de parados y paradas posible. ¿De dónde sale el dinero para este fondo? En primer lugar de los propios subsidios de desempleo; en segundo lugar de una racionalización del gasto de todas las administraciones y entes públicos (hay mucho despilfarro que no se puede recuperar ¿quién va a comprar ahora edificios e infraestructuras inútiles?), pero sigue habiendo un despilfarro público que en estos momentos no nos podemos permitir, y no hablo de cosas anecdóticas por hirientes que sean, sinó de acciones de mayor calado como la suspensión, por lo menos, del Senado (mientras se replantean sus funciones si es preciso), o del mantenimiento de la Iglesia Católica, o la eliminación de las Diputaciones, que pueden ser substituídas con ventaja, donde haga falta, por mancomunidades voluntarias de municipios. Sólo tres ejemplos entre tantos otros, que no obedecen a ninguna racionalidad económica, sinó a intereses políticos y principios ideológicos ¿No hay que apretarse el cinturón? Pues empecemos por aquí. Habría que corregir también los tipos impositivos, no tanto como para que los capitales huyan, pero sí hasta un nivel que resulte tolerable. Y habría que equilibrar los salarios también por arriba, por lo menos -para ser realistas- todos los que dependan de empresas públicas.
Los economistas deberían calcular a cuánto debería ascender este fondo (y a cuánto es posible que ascienda), teniendo en cuenta que la ocupación generaría, vía seguridad social y otros impuestos, más ingresos para el Estado, que deberían revertir en el propio fondo, y teniendo en cuenta también que se produciría una reactivación del consumo que permitiría la subsistencia o la revitalización de otras empresas privadas, y, por tanto, la contratación, con lo cual el fondo no debería cubrir el cien por cien del paro sino un determinado porcentaje que, si se reactivaba con ello la economía, sería, además, idealmente decreciente.
La función social de la ocupación pública
¿Y la gente que fuese contratada con ese fondo estatal finalista en qué se debería ocupar? Entiendo que en tres ámbitos fundamentales:
En primer lugar, en reforzar, de acuerdo con su cualificación, los servicios básicos que han sido recortados: sanidad, educación, atención a personas dependientes… incluso al mantenimiento de las infraestructuras públicas más necesarias. Con ello, no sólo mejoraría el servicio sino que se evitarían costes colaterales tipo contratación de asistencia privada, aumento de los índices de enfermedad o absentismo, etc.
En segundo lugar, a todas aquellas iniciativas creativas capaces de generar riqueza, con planes de viabilidad públicamente contrastados y tutelados, por supuesto.
Y, en tercer lugar, a formarse, según niveles y competencias, a formarse en educación básica, a formarse en actividades profesionales que después les permitan trabajar en los sectores mencionados en primer lugar, y a formarse en capacidades necesarias para mejorar su competencia en cualquier campo, como el dominio real del inglés y la informática, entre otras.
Todo esto tiene la ventaja de que, de ponerse en marcha, iría mejorando la situación día a día. Por poner un ejemplo. Si el refuerzo de personal permite mejorar los servicios básicos, el coste que debamos asumir para suplir sus carencias será menor, con lo cual nuestro dinero, el de tod@s y cada un@, cundirá más, o, por decirlo de otra manera, dispondremos de más ingresos discrecionales (el dinero que queda una vez satisfechas las necesidades básicas), que podremos invertir en lo que nos haga más felices y a la vez reactivar la industria, turística, por ejemplo, o del espectáculo.
¿Y quién le pone el cascabel al gato?
Por supuesto los partidos de izquierda, todo@s l@s polític@s que quieran desarrollar una política realmente de izquierdas y tengan algún grado de representación pública y también, de forma especial, los sindicatos, que tienen como única razón de su existencia la lucha por los derechos de l@s trabajad@res y, en primer lugar, el mismisimo derecho al trabajo. Si ni en un escenario como este, o similar, se atreven a actuar, más vale que echen el cierre y sus activos se consideren también amortizables para integrarlos en el bucle que he descrito de riqueza y trabajo. La movilización de la calle seguro que no ha de fallar.
Hay otros aspectos estrechamente vinculados con estos, como el tema de la vivienda o el sentido que pueden tener dentro de esta propuesta las prejubilaciones y los horarios compartidos, pero, como ya me he extendido mucho, lo desarrollaré en una próxima entrada. Entretanto sería bueno que pensásemos, opinásemos y debatiésemos sobre la oportunidad de lo dicho. Este blog, como también los diversos foros, está abierto de par en par.
Hola Llorenç.
ResponEliminaUltimamente no me ha sido posible pasear por aquí para leer tus artículos: cosas de la intensa vida agetreada.
Sobretodo... no dejes de escribir. Seguramente que somos pocos los que ahora te leemos, pero tengo la esperanza de que en poco tiempo este, tu espacio, sea un hervidero. Esa vida agetreada en la que algunos nos debatinos necesita de algo, o alguien, que nos ayude a ordenar nuestras ideas, o ideales, o desideas, o desideales... e incluso... a desordenarlos (quizás lo último sea lo más oportuno).
Por cierto, tu artículo "¿Qué se debe?" no es un artículo: es una obra de arte "humana". No soy de los dados a dar "jabón", porque soy muy crítico, y tengo el defecto (quizás es una virtud) de intentar dar la vuelta a todo lo que los demás expresan: también le doy la vuelta a lo que yo mismo expreso (yo tampoco me salvo de mí mismo).
David