dimarts, 18 d’octubre del 2011

¿Y ahora qué?

El pasado sábado un gran número de personas salimos a la calle, en ciudades de casi todo el mundo, distintas y distantes, para manifestar conjuntamente nuestra radical oposición  a la situación de injusticia social galopante a la que nos ha abocado el desenfreno capitalista.  Debemos celebrar nuestra capacidad de movilización, de autoconvocatoria, y especialmente en ciudades como Barcelona o Madrid, donde, más allá de los habituales bailes de cifras, las manifestaciones fueron masivas. Y debemos celebrar la globalización del fenómeno, la capacidad de actuar unidos frente a un enemigo común desde Hong Kong a Roma, Barcelona, Santiago de Chile o Nueva York, con unas mismas consignas.
Sin embargo, aun consciente de la grandeza de esa capacidad de movilización, me embarga un sentimiento de tristeza. Por diversas razones. Por una parte es un sentimiento que ya percibí en el ambiente en la propia manifestación del sábado en Barcelona. Era muy distinta de la del 19 de junio. El 19 de junio fue como un estallido de alegría colectiva, quizás por la inesperada constatación de la magnitud de nuestras fuerzas. En cambio, el sábado la manifestación discurría seria, como con desánimo, tal vez en parte por el insólito recorrido por tan amplias avenidas que invitaban a la dispersión, pero seguramente aún más por una extendida sensación de cansancio y desesperanza. Había mucha gente mayor, y esto es bueno, pero también es preocupante porque indica hasta donde ha ido calando la crisis.
Mi segundo motivo de tristeza me invadía ayer en la universidad cuando algunos colegas me preguntaban jocosamente si mi dedicación a combatir y reflexionar sobre la actual situación política y económica se debía al aburrimiento y uno me proponía que, si me sobraba tiempo, fuese a cuidar de sus hijos para que él pudiera escribir. Ciertamente tiempo no me sobra y compagino como puedo mis actividades en el blog, en facebook o en otros foros con mis obligaciones académicas y con mis compromisos de investigación y publicación. No sé si los comentarios eran fruto de la culpabilidad que debe conllevar esa neutralidad y esa inactividad tan cómplice. En todo caso, esos, y muchos otros de mis colegas, no fueron a la manifestación, ni mucho menos perdieron su tiempo en aportar ideas y reflexiones (otros sí), se dedicaron a hacer y promocionar currículum, como advertía aquí en un comentario Sustine Hefalu. Y eso produce una tristeza especial, porque uno piensa que la universidad, y no sólo algunos universitarios, debería ser un observatorio atento de la realidad social, y un foro de debate, opinión y propuestas ¿Dónde sino se debe llevar a cabo una reflexión crítica más allá de los intereses particulares de cada uno?
Pero, finalmente, lo que más me entristece es que después del 15 de octubre parece que nada tenga continuidad. Ciertamente no es así. Hay grupos que siguen en luchas muy concretas, por ejemplo  para evitar deshaucios; las asambleas, debates y reflexiones de todo tipo y en todos las plataformas físicas o virtuales continuan también, pero, precisamente después de la movilización es cuando se hace más evidente la incapacidad de ir más allá, de articular respuestas efectivas. No hace falta que lo diga Zygmunt Baumann, desde el 15 de mayo se es perfectamente consciente de ello, y, por otra parte, el conjunto del movimiento que se ha convenido en llamar de los indignados siempre ha rechazado la acción política formal y se ha puesto como objetivo despertar y aglutinar las conciencias, de los jóvenes en primer lugar, pero en última instancia del conjunto de la población.
Despertar las conciencias es un paso muy importante, pero insuficiente, hay que aportar y articular ideas y propuestas que permitan incidir realmente sobre el desarrollo político y económico del mundo. Pequeñas y grandes propuestas. Por eso quiero insistir en el papel de la política formal, de partidos, y en la necesidad de incidir estratégicamente en ella. No entro, por no extenderme demasiado, en la concreción de las estrategias electorales y postelectorales sobre las que algunos habéis opinado en este blog y que es un debate que está en la calle. Prometo dedicarme a ello en una próxima entrada. Pero es, yo diría que con toda seguridad, el flanco en el que más se puede influir para cambiar las cosas. Mi hijo, de 22 años, en la manifestación, me decía que esto se va a ir agravando progresivamente hasta acabar en una estallido (una revolución decía él) violento. Espero que no y pienso que precisamente les debemos a ellos, a nuestros hijos,  todos nuestros esfuerzos para intentar resolver las cosas de otra manera.
Por tanto, entre el 15 O y el 20 N, y después, se requiere el compromiso de todas y todos, un compromiso activo , grandes ideas que sólo surgirán de un brainstorming global en el que nos debemos emplazar y conjugar el poder de todas y cada una de nuestras mentes.