El éxito de la manifestación independentista del pasado 11 de septiembre en Barcelona fue apabullante. Jamás se había visto en Barcelona, ni pienso que en el resto de España, algo igual. Creo que he estado en todas las grandes manifestaciones desde la Transición hasta el presente (también en las del franquismo, pero eran otra cosa, claro) y me quedé literalmente impresionado. Desde la parte alta de la ciudad hasta el mar, en las grandes avenidas por las que transcurría (es un decir) la manifestación, no cabía ni una aguja. Para moverse y seguirla de algún modo, había que circular por calles laterales, también llenas de gente que hacía lo mismo, e irse asomando de vez en cuando para ver el lento discurrir de un magma humano no apto para claustrofóbicos.
La organización, la cabecera, los políticos, las pretensiones del nacionalismo conservador de apropiarse de la manifestación, o, por lo menos de controlarla, de presidirla, fracasaron estrepitosamente. La gente de a pie, masivamente equipada con banderas independentistas (l’estelada), había bloqueado el recorrido de la manifestación por delante de la pancarta, y también por detrás, desde una hora antes del inicio previsto.
A partir de aquí, todo se desarrolló con una extraordinaria espontaneidad. La gente empezó a circular lentísimamente en dirección al escenario final, con un civismo, una paciencia y un buen rollo ejemplar. No hubo pancartas (quizás algún caso meramente anecdótico), ni insultos, ni crispación, parecía que todo el mundo estaba contento de encontrarse: sólo las banderas independentistas y también un solo grito “independència”. Lo más fuerte que se dijo contra España era eso de “boti, boti, boti, espanyol el que no boti”, inevitable en una manifestación independentista -de hecho en cualquiera-, esporádico y que la gente se tomaba con ánimo de cachondeo, que es un buen estado de ánimo. Ni un solo incidente. Y estamos hablando de un millón y medio a dos millones de personas. La delegación del gobierno (del PP, claro) contó 600.000 -otra vez los hilillos de plastilina-, podían haber tirado a la baja, como siempre, pero buscando un mínimo de credibilidad. Tal vez era su inefable contribución para seguir estimulando el independentismo.
Lo que sucedió en Barcelona es un hecho histórico de esos que se viven raras veces en la vida y, a todos los efectos, todos y todas debemos tomar nota, en Cataluña, en España y en Europa, por lo menos. que una marea humana pidió inequívocamente un estado propio para Cataluña en las calles de Barcelona.
A partir de aquí empiezan las reacciones. No voy a hacer de agorero e intentar analizar lo que van a hacer los partidos políticos, en este momento todos descolocados. Lo que me interesa es lo que vamos a hacer y lo que deberíamos hacer nosotros, los de abajo, los que nos hemos visto aplastados por el neoliberalismo y por la dictadura de los mercados financieros que nos hacen pagar con nuestras vidas las pérdidas producidas por sus devaneos y más: aprovechan para rebañar nuestra maltrecha economía, nuestros derechos individuales y servicios colectivos, para acrecentar sus fortunas…
Sin todo esto, la manifestación de Barcelona no hubiera sido ni la mitad, porque el gobierno del PP ha aprovechado esta situación para apretar las tuercas a Cataluña como nunca se había visto y encima, como ya dije, maltratarla de pensamiento, palabra y obra y expandir la catalanofobia como la mierda para que el pueblo se entretenga, como se hacía antaño con los judíos y las brujas, y se olvide de quién le está desvalijando.
Este anticatalanismo es algo que se debería denunciar desde todos los movimientos alternativos y progresistas de España -y se echa en falta-, en lugar de decir que esto son cojonadas que hacen el juego al capital. Esto último ya lo proclama Soraya Sáenz de Santamaría, pero no puede decirlo quiene proclama que otro mundo es posible, sino, en todo caso, aprovecharlo -aprovechar las agresions del estado a Cataluña, del tipo que sean- para exigir respeto a los catalanes, al derecho de autodeterminación y al carácter libre y popular con el que, por lo menos muy mayoritariamente, se pidió la idependencia en la manifestación de Barcelona. Cuando un compañero o compañera del entorno del 15 M, por decirlo así, condena este derecho y los hechos consiguientes, me pregundo realmente en que otro mundo posible está pensando.
Los partidos ya han demostrado hasta la saciedad su incapacidad de reacción ante éstos y otros hechos más graves, por tanto no es de esperar que cambien sus posturas. La gente no quiere un pacto fiscal -que es lo que buscará Mas y tampoco lo obtendrá-, quiere dirigir ya sus destinos, y esta es una aspiración muy respetable. Podría producirse dentro de una España confederal, incluso en una condeferación ibérica, pero es evidente que eso tampoco va a pasar.
Pienso que, se quiera o no, nos veremos abocados a un adelanto de elecciones. Si Convergència i Unió fuerza una hoja de ruta independentista, se quebrará y, sin un partido que abogue programáticamente por la independencia en el poder, se hace difícil pensar en un proceso que conduzca a un plebiscito.
Esta sería la hora de las fuerzas progresista de la política y la sociedad catalana para unir la legítima aspiración al autogobierno con un programa económico y social progresista que permitiera cambiar radicalmente las políticas neoliberales impuestas por la troika al dictado de los mercados financieros.
Se nos pretende asustar con tecnicismos políticos y económicos, desde las posiciones de negación del neoliberalismo conocemos muy bien estas argucias. Cataluña es económica y políticamente viable y más en una economía globalizada como es la del siglo XXI. No estamos elaborando el Memorial de greuges, ni vivimos en aquellas circunstancias.
Puede ser quizás nuestra única ocasión, para catalanes y no catalanes, y deberíamos dejar muchos prejuicios en el bolsillo si en realidad queremos conseguir, aunque sea en un pequeño país, otro mundo posible y distinto, que puede marcar un camino alternativo y estimular a otros pueblos en este sentido.
Sería un desastre histórico que la izquierda, las fuerzas progresistas de todo cuño y condición, dejaran pasar la ocasión de cambiar el rumbo de la historia por intereses o por sentimientos negacionistas. Dije que apoyaría el mismo proceso en Andalucía si se producía -y lo haré- o en el País Vasco, donde sea. De momento se da aquí, en Cataluña, algo se mueve, tal vez podamos construir aquí una alternativa, hay que intentarlo, por alguna parte se empieza ¿O es que en realidad es más importante la unidad de España que la libertad y la justicia social? Aclarémonos.