Hace tiempo que ando pidiendo unidad a todos “los de abajo”, es decir, a toda la gente, esté donde esté, que sea realmente de izquierdas, que esté en contra de la ofensiva arrolladora del capital y a favor de la defensa del estado del bienestar y de los derechos individuales y colectivos. Creo que sólo mediante la unidad tenemos alguna esperanza de no acabar con nuestras vidas colgadas en las estanterías del supermercado global o cotizando como un valor en bolsa.
Esta unidad es cualquier cosa menos fácil. Los partidos políticos, más allá de las campañas electorales (y aún) siguen enrocados en sus propias cuitas internas y en la eterna partida de la dinámica parlamentaria (una partida que, lo sepan o no, han perdido hace ya mucho tiempo) y pareciéndose cada vez más a sus oponentes y menos a la gente de la calle, tanto la que se manifiesta como la que pasa fugazmente camino del trabajo o de la cola del paro.
Los sindicatos se han convertido en organizaciones autoreferenciadas, se han erigido en los únicos e inmanentes representantes de los trabajadores y negocian y renegocian en su nombre, sin conseguir ya ni victorias pírricas (que es a lo que nos tenían acostumbrados y acostumbradas), sin advertir que cada vez hay más gente que se aleja de ellos y los ve como una instancia burocrática más.
Los indignados, juntos pero no revueltos, se pierden en centenares de iniciativas y eventos dispersos. Continuan ejerciendo muy bien el papel de conciencia social, pero son incapaces, por su propia naturaleza, de articular una iniciativa conjunta de un cierto calado.
Y el resto de la población se lo mira, esperando una propuesta, un liderazgo claro y creible, mientras trata de ir tirando con los suyos, contando las lentejas y ahogando sus penas en un partido de futbol o un culebrón.
Todos y nadie tenemos la culpa y en todo caso qué más da. Lo importante es reconstruir esa amplia mayoría que piensa que el trabajo, la vivienda, las pensiones, los servicios públicos… son la primera prioridad y que el estado debe garantizarlos. Somos mogollón pero, como cada cual anda con su rollo, los mercados y sus sicarios están perpetrando una brutal escabechina prácticamente sin oposición.
En este artículo me dirijo particularmente a los partidos porque pienso que son los únicos que tienen una capacidad de liderazgo de una mayoría social. Eso sí, si dejan de contar escaños, de jugar a las sillas y de comprobar quién la tiene más larga. Son cuestiones que nos importan un carajo al resto de los mortales.
En las últimas elecciones generales, muchas y muchos votamos contra el PSOE, porque lo habían hecho rematadamente mal, porque si no se habían vendido al capital lo parecía mucho (y no se molestaron en demostrar lo contrario) y también para que bajaran a los infiernos, a ver si con el calorcillo se les despertaban las criogenizadas neuronas y se daban cuenta de que sólo desde la izquierda de verdad podían conectar con la población.
Nada. Pero nada de nada. Después de las elecciones, donde usaron mucha literatura 15 M se dedicaron a ver quién mandaba sobre los restos del naufragio y a tender su despellejada mano a la derecha triunfante en un gesto de oposición responsable. No sé quién se inventó el mantra ese de que la victoria está en el centro, debía ser americano, porque aquí eso sólo le sirve a la derecha.
Algunas y algunos dimos también nuestro voto a Izquierda Unida y a otras formaciones minoritarias, generalmente nacionalistas y de izquierdas ¿Para qué? Yo voté a Izquierda Unida y no me arrepiento porque al fin y al cabo quienes se abstuvieron o pretendieron votar nulo sólo contribuyeron a hacer más grande la victoria del PP.
Pero ¿alguien les ha visto? ¿Se sabe algo de que hayan intentado usar esta confianza para aglutinar un movimiento social más amplio, para ser la correa de transmisión del malestar en el congreso? Si ni entre ellos se entendían. Sólo se les han visto gestos que, fuera de contexto, más que otra cosa, parecen un paripé. ¿Nadie, de quienes les votamos por lo menos, siente vergüenza ajena cuando por un casual salen en la tele y el aspirante de turno a ser califa en lugar del califa se cuela en el encuadre y va asintiendo con la cabeza? Hasta la estética hemos perdido.
Un amigo mío dice que no pierda el tiempo con los partidos, que la nomenklatura es tan poderosa que quienes no están viviendo en ella (o de ella), viven sometidos a ella. Otra amiga me decía que las personas de buena voluntad tanto podían proceder tanto de la izquierda como de la derecha, una derecha votada porque, si los de antes lo habían hecho tan mal, a ver si éstos lo hacían mejor.
Ambos tienen razón, seguro. Pero quiero quiero pensar que, ante una situación de tamaña gravedad, los partidos políticos de izquierda reaccionarán, que no van a quedarse discutiendo si son galgos o son podencos. Necesito, a pesar de todo, creer en ellos, o que sus propios militantes nos escuchen y les hagan despertar de su ensimismamiento.
Los partidos de izquierda, y les sigo llamando así a pesar de todo, deben repensarse de arriba abajo, hacer limpieza, de todo, de gente, de ideas anquilosadas, de prácticas que no sean lo suficientemente transparentes y eficaces -o no lo parezcan-, de lemas, banderas, musiquillas, medias mentiras y celebraciones.
¡Todos a la calle! no a casa, a la calle, a trabajar con la gente, hombro con hombro. Para el siglo XXI no sirven partidos del siglo XIX, aunque hayan adoptado la parafernalia del XX. Más que organizaciones cerradas tienen que ser amplias agrupaciones de ciudadanas y ciudadanos, limpios de mente y corazón y dispuestos a subvertir las reglas del juego. No se trata de hacer oposición responsable, ni de mantener la virginidad hasta la victoria final, se trata de llamar a las cosas por su nombre, echarse a la calle si es preciso y hundirse en la mierda hasta el cuello. Entonces quizás les escucharemos.
El día en que una diputada socialista, cuando los hechos del Parlament de Catalunya, salió ante las cámaras de televisión mostrando la gabardina que le habían pintado y que le gustaba tanto, la credibilidad de los partidos de izquierda retrocedió muchas décadas. Quizás haga falta ver a un diputado o una diputada socialista con la cabeza abierta por un golpe de porra para que recuperen esa credibilidad.
Pero si ha de ser así, que sea, porque sin la unidad de todas y todos “los de abajo”, los partidos y los sindicatos también, no somos más que caranaza para los tiburones.