dimecres, 28 de novembre del 2012

Cataluña, de un nuevo país a un país nuevo.

Vistos los resultados de las elecciones en Cataluña, a Mas se le podría aplicar aquella repetida frase de la campaña de Bill Clinton: “es la economía, estúpido”. Ha pagado, y más allá de lo que nadie esperaba, estos dos años en los que ha querido ser más papista que el papa aplicando la política de austeridad y recortes dictada por la troika.

Ya se dijo cuando se produjo la manifestación del 11 S: la multitud que se lanzó a la calle quería que Cataluña fuera un nuevo país de Europa, pero también un país nuevo, y las urnas así lo han recogido.

Se ha producido casi un 62% de voto independentista, y en este sentido no hay marcha atrás. Para poder avanzar en la senda del soberanismo sólo hay una alianza posible, la de Convergència i Unió y Esquerra Republicana de Cataluña, que suman cincuenta y veintiún escaños respectivamente en una cámara de 135, es decir, 71 estando la mayoría absoluta en 68. Hay una coincidencia entre ambas formaciones en el objetivo independentista. Como dice Empar Moliner, siempre tan aguda,  en el titular de una columna de opinión, ahora, en el Parlament hay cincuenta diputados soberanistas más: los de Convergència i Unió.

Sin embargo, para que esa alianza se pueda producir con garantías de éxito, sus componentes deben tener dos cosas muy claras: CiU debe efectuar un giro radical en su política económica, un giro radical dentro del margen que tiene, que no es mucho, ya que continua dependiendo de Bruselas y de Madrid, sin poder disponer del total de la recaudación impositiva en Cataluña -ni mucho menos- y debiendo seguir directrices, en cuanto a impuestos, ajustes y recortes, en muchos casos finalistas.

 A pesar de eso, el gobierno de la Generalitat tiene un cierto margen para demostrar una decidida voluntad de orientar su política en favor de la justicia social y la economía productiva, de fijar una clara priorización de sus objetivos al servicio no de las élites catalanas, sino de un país en tiempos de crisis.

Oriol Junqueras apuntava ayer mismo algunas medidas posibles en este sentido: “Insistimos en la necessidad de un cambio de política presupuestaria. Necesitamos una fiscalidad más justa y rebajar la presión sobre nuestras familias y consumidores. Y hay que implementar medidas como eliminar el euro por receta; rebajar el IRPF del tramo catalán [tramo autonómico], y que la presión se aplique a otros ámbitos, com los sectores con más recursos y los beneficiados por la crisis -por ejemplo, los bancos-”

Por otra parte, ERC y toda la izquierda, y el conjunto de la población que la hemos votado, debe entender también que ahora no es posible conseguirlo todo -como decía el eslógan de las CUP-, por el mismo principio de dependencia, que se debe y se puede mejorar el estado del bienestar en sus pilares fundamentales, así como la redistribución y la economía productiva hasta un cierto punto, pero que los límites impuestos desde el exterior reducen el margen de maniobra más allá de la voluntad de CiU.

Nadie ha perdido todavía. Mas aún está a tiempo de encabezar el gran proyecto de un nuevo país, siempre que comprenda que esto requiere pensar en un país nuevo, con una nueva política económica y social, siempre que sea capaz de servir a los intereses de su país y no a los de su partido. Esquerra puede contribuir a que éste nuevo proyecto se haga realidad, a que no se pierda en ningún momento la vía del soberanismo, sino que se profundice en ella, pero también a trasladar, con su credibilidad, a la opinión pública, cuáles son las limitaciones del presente.

Y la sociedad, si los políticos aceptan recorrer la vía del reformismo en la política económica y social y de profundización soberanista, también debe ser responsable y no pedir lo imposible, ahora no.

Quien ha recibido el mensaje más claro y debe entender que Cataluña no quiere vivir al servicio de los intereses del capital, sino que quiere ser una sociedad moderna y productiva pero insobornablemente justa, es Mas y Convergència. Si no lo hace así, será otro político sectario de partido y no el presidente de un nuevo país o quien nos conduzca hacia él, y en ese caso, dentro de un año volveremos a tener elecciones.

No hace falta un gobierno de salvación nacional. Mas desde el gobierno y Junqueras desde la oposición -o CiU y ERC, si se prefiere-  deben ser capaces de interpretar fielmente el rumbo que marca el pueblo, mediante estrategias posibilistas, ciertamente, pero sin hacer ni hacerse ni hacernos trampas.

Yo creo que Esquerra lo ha comprendido perfectamente: ni puede rehuir su responsabilidad -desde la leal oposición, por supuesto- ni puede lanzar un órdago. Quien debe comprenderlo también es Convergència i Unió. Se puede alcanzar un nuevo modelo de convivencia, pero para eso se deben apear del neoliberalismo y abrazar postulados keynesianos y socialdemócratas. Eso no supone renunciar al alma de CiU, sí a su deriva más derechista.

La historia llama a la puerta y ahora es cuando se ve la altura o no de los estadistas. Cataluña merece un presidente, un gobierno y una oposición que estén a la altura de las circunstancias.

Este es tan sólo un análisis de urgencia sobre la gobernabilidad de Cataluña después de las elecciones del 25 N, hay mucho más que analizar, como la propia composición del parlamento con los números en la mano, y también la necesidad de desarrollar y explicar claramente modelos realmente ilusionantes, más allá de un solo concepto y de alertar sobre el crecimiento de fuerzas instaladas en los aspectos más oscuros de las pulsiones políticas y la demagogia. Todo ello merece una reflexión pausada que intentaré desarrollar en las próximas entradas.