diumenge, 6 de novembre del 2011

El voto como manifestación colectiva

La verdad es que, después de leer las encuestas del CIS, no apetece seguir hablando de elecciones, pero creo que, precisamente por eso, lo debemos hacer. Parece que los gestores, representantes y titulares de los mercados van a arrollar y eso requiere por nuestra parte una gran movilización colectiva.

En estos últimos días han circulado en medios alternativos muchas reflexiones en torno al voto, reflexiones colectivas y reflexiones individuales. El común denominador de esas reflexiones es no votar a los partidos mayoritarios corresponsables de la situación en que nos encontramos: PSOE y PP y tampoco a los que les han prestado su apoyo en las medidas más regresivas: CiU, PNV y CC. Todas las recomendaciones sensatas que he leído o escuchado, apuntan a la necesidad de votar (para no favorecer indirectamente a un partido mayoritario) y de hacerlo a un partido minoritario o bien  recurrir al voto nulo.
Mi idea inicial era votar al PSOE con la esperanza de que llevaran la lección bien aprendida y constituyeran, por lo menos, un frente consistente contra la derecha ultraliberal del PP. Finalmente no lo voy a a hacer por dos motivos. 
El primero  es fruto de una interesante reflexión  de Ernesto Ilkermn “Instrucciones para votar el 20 N”, que recomiendo encarecidamente  y que, en lo relativo a este aspecto,  reproduzco aquí: A nadie se le escapa que con mis recomendaciones para votar, lo que intento es que el PP consiga el menor número de escaños posible. Sin embargo a alguien le podría extrañar que para ello no promueva el voto al PSOE, que por mucho que pierda seguirá siendo la otra pata del bipartidismo. Pues es muy sencillo. Para evitar la catástrofe nacional, a la que nos llevará el PP si consigue la mayoría absoluta, no se puede contar con un PSOE  fuerte, que lleva tiempo diciendo si wana a lo que los mercados, la Unión Europea o el FMI exigen, y que, dicho sea de paso, nos ha conducido a la situación en la que estamos. En política económica el PP lo único que hará es profundizar en los recortes efectuados por el PSOE. Sin embargo, si el PSOE se lleva el varapalo electoral de su vida, y a cambio las pequeñas fuerzas aumentan su presencia en el Congreso, hará que ese voto cómplice del PSOE deje de serlo, ante lo que le podría suceder: desaparecer. Seguramente, entonces, empezará a ejercer de oposición.”  (Véase el texto completo en http://politicadeernesto.blogspot.com/).
El segundo motivo de mi cambio es que pienso que, aunque el voto es estrictamente individual y cada cual hará lo que quiera con el suyo, estaría muy bien que, en aras de una mayor eficacia, todos y todas los que de alguna forma hemos estado participando y participamos de esta movilización general de ciudadanas y ciudadanos, hiciéramos sentir nuestra fuerza conjunta votando en un mismo sentido.
Ernesto Ilkermn propone una compleja estrategia por comunidades autónomas. Voy a ir más allá: propongo que la mayoría más amplia posible de personas que nos oponemos a la dictadura de los mercados y queremos recuperar la hegemonía de la democracia y de la justicia social, votemos a Izquierda Unida. Que no dispersemos el voto en multitud de opciones minoritarias porque ni van a salir ni nadie las va a sumar conjuntamente. Si queremos conseguir un verdadero efecto en número de escaños y de votos debemos centrarnos en una única opción alternativa (no comprometida con las políticas regresivas aplicadas durante esta legislatura y con un programa que recoge lo esencial de nuestras reivindicaciones). Empecemos la regeneración democrática por ahí.
No veo la utilidad del voto nulo, aunque entiendo y comparto el cabreo, las pancartas son para las manifestaciones, no para las urnas (donde nadie va a hacer ni caso). El rechazo a la política llevada hasta el momento por los partidos mayoritarios se va a entender mucho más claramente sumando votos a la izquierda (aunque no todos se traduzcan en escaños) que no acumulando votos nulos, que cada cual va a interpretar según sus intereses. Dicho lo cual, es cierto que es preferible un voto nulo a la abstención o al voto en blanco, que perjudica a los partidos minoritarios.
Frente a esta propuesta hay que hacer una excepción en territorios como Cataluña, el País Vasco, Galicia o la Comunidad Valenciana, donde se presentan partidos nacionalistas de izquierda, que van a defender las mismas políticas sociales y progresistas y que tienen arraigo y posibilidades de obtener escaños. No entiendo en cambio que se proponga como partido minoritario alternativo al PNyD de Rosa Díez, que es un partido de la derecha liberal, que no dudará en pactar con el PP. Para quien no lo tenga claro, que lea en El País de hoy, la columna de Vargas Llosa "Una rosa para Rosa", donde, entre otras cosas, dice: "En estas elecciones votaré a UPyD porque sería el aliado ideal para el PP, aporta aire fresco, combate el nacionalismo y evitaría aguar las reformas sociales de Zapatero".
En resumen: hemos demostrado saber manejarnos muy bien en las calles, en las asambleas, en las redes... ahora es el turno de las urnas y la lógica es otra. Las primeras elecciones generales desde el 15 M. Con los mismos ideales con que escribo, hablo o me manifiesto, pido ahora el voto colectivo de todas y todos las y los que nos hemos reconocido en una misma lucha, para Izquierda Unida, para asaltar democráticamente el parlamento por la izquierda y arrastrar desde allí, como dice Ilkermn, al PSOE hacia una verdadera oposición socialista. Y propongo que expandamos la idea a nuestro entorno y que, como dice un lema que nos es familiar, seamos legión.
Ojalá a alguien se le ocurriera la forma de ir a votar en masa, o de identificarnos de alguna manera a la hora de emitir el voto, para que todo el mundo, también interventores y periodistas, tuviera claro que "los indignados están aquí".

dimarts, 1 de novembre del 2011

"O povo é quem mais ordena"

Vivimos en una sociedad democrática. Los poderes del estado se fundamentan y legitiman en nosotras y nosotros, el pueblo. No existe un poder estatal per se, no existe el estado al margen de la sociedad. El poder del estado no proviene de ninguna fuente sobrenatural o histórica sino de la delegación temporal que hacemos cada uno y cada una de nosotros y nosotras de parte de nuestro propio poder, de nuestra voluntad y libre albedrío en determinadas personas que libremente y en concurrencia se ofrecen para representarnos, para usar los poderes que hemos depositado en sus manos para velar por nuestra seguridad, nuestro bienestar y nuestros intereses colectivos.
No hay más poder en el mundo que el que emana de cada ser humano, de su capacidad de decisión y acción. Ese poder puede ser arrebatado, y así ha sucedido a lo largo de la historia, por la fuerza de las armas o por el temor de los dioses, pero eso es lo que han intentado corregir las democracias parlamentarias, a costa de mucha sangre.
Nuestras democracias son imperfectas. Cada cuatro años, o cuando corresponda, votamos a nuestros y nuestras representantes, en base, como mucho, a unos programas que leemos o nos explican y sobre la ejecución de los cuales no tenemos ninguna capacidad de control. Más allá del acto trascendental de delegar nuestra soberanía mediante el voto, nuestra autoridad desaparece hasta la siguiente legislatura. Es más, la delegación de nuestra soberanía no se ejerce en personas determinades  sino en partidos-bloque, con lo cual, nuestra capacidad de pedir cuentas disminuye aún más. En la práctica, la democracia deriva en una partitocracia, en la cual, la voz del pueblo frente a desviaciones programáticas, por ejemplo, o coyunturas imprevistas y de especial gravedad, como la presente, no cuenta para nada. Ni siquiera la del diputado o diputada individual, sujeta a esa aberración democrática que denominan disciplina de voto.
Hay más, aunque no existe otro poder legítimo que el poder que emana del pueblo, existen los poderes fácticos, de hecho,  aunque no de derecho, que en las democracias occidentales se basan siempre en última instancia en el poder del dinero. Todo se compra y se vende en este mundo. Los medios de comunicación, que configuran la versión canónica de la realidad que se nos presenta cada día, las personas, por supuesto, que debemos cubrir nuestras necesidades y las de quienes dependen de nosotras, necesidades con frecuencia inventadas o acrecentadas por los mismos poderes fácticos. Y también el estado. Los partidos que aspiran a ser hegemónicos, y por tanto a aplicar su política, dependen para su financiación de esos mismos poderes fácticos, o, por lo menos, deben respetar determinadas líneas rojas que les vienen fijadas implícitamente, porque lo que sí es meridianamente claro es que nunca conseguirán ganar unas elecciones en contra de los poderes fácticos (que, entre otras cosas, dominan los medios de comunicación y por ende la realidad). Se puede optar por ser un partido testimonial, ciertamente, pero, en un parlamento ¿de qué sirve un partido testimonial? De la misma forma, dentro de los partidos se impone una jerarquí a y una ortodoxia. Quien pretenda salirse de ella pierde su puesto y no hay que olvidar que estos puestos, para muchas personas, se han convertido en un oficio, una colocación, una cómoda poltrona para toda la vida, aun suponiendo que la utilicen legalmente, sin aprovecharla para hacer trapicheos ilegales por las rendijas del sistema.
Finalmente, los poderes fácticos se infiltran, directamente o mediante testaferros en las instituciones del estado (el parlamento, el gobierno, el poder judicial…) o miembros de los poderes del estado son captados por los poderes fácticos y sirven y comparten sus intereses. Hay excepciones, claro, en todas partes hay personas honradas, pero son sustituibles.
Así pues, en la práctica se produce una superposición del estado respecto a la ciudadanía soberana, y otra superposición de los poderes fácticos por encima de los poderes del estado, con lo cual la lógica de la democracia se subvierte.
De ahí, por supuesto, que se rescaten los bancos con dinero público: si es nuestro dinero deberían ser nuestros bancos, que se nacionalicen. De ahí que no se ejerza la justicia redistributiva, que atentaría contra los intereses de los poderes fácticos, ni las democracias occidentales puedan ponerse de acuerdo para acabar con los paraísos fiscales. De ahí que se hayan privatizado tantas empresas públicas y se propongan privatizar más, empresas rentables que contribuían a sanear las arcas del estado, nuestras arcas. De ahí que se atente contra el núcleo duro del estado del bienestar, convirtiendo en la práctica la sanidad, la educación, las jubilaciones… en sectores sujetos a las leyes del mercado. De ahí tanta corrupción y apoltronamiento, de ahí tantas medidas políticas estúpidas que no han servido ni para lavar la cara de quien las ha propuesto y han cubierto el país (este país por lo menos) de infraestructuras absurdas e insostenibles. De ahí los cinco millones de parados, hijos de la desrregulada libertad de empresa.
Difícilmente vamos a poder inquietar a los poderes fácticos: no nos tienen miedo, nuestra movilización para ellos es anecdótica. Pero sí al estado, nuestra lucha debe ser política, transformar la democracia desde la democracia, el estado puede actuar sobre los poderes fácticos, aunque para eso debe regenerarse y atreverse a ello. En el fondo todo está en nuestras manos, aunque parezca mentira, el poder radica en el pueblo. Hace falta creérselo y activarse, que las vanguardias movilicen al resto del pueblo, que se vote con reflexión y con intención, y a continuación que se estreche el marcaje y la exigencia sobre los y las representantes políticos, para que la hermosa frase de José Afonso que encabeza este texto pueda ser verdad.