No he prestado ninguna atención al caso Undargarín. No me interesan ese tipo de asuntos por quién esté implicado, sino por su contenido de estafas y tráfico de influencias. Y esto, desgraciadamente, está al orden del día en nuestro país, como lo está el trato de favor o la condescencia en las sentencias o la aplicación de las sentencias en el caso de los grandes estafadores. Nunca he visto a delincuentes de esa calaña, pero de impecables modales y look, pudrirse en la carcel. Eso se reserva para los chorizos, que, como todo el mundo sabe, son malhablados y barriobajeros.
Por otra parte, pienso que todas las familias pueden albergar en su seno a algún delincuente, incluso la familia real, si se da el caso, sin que esto tenga porque comprometer necesariamente, en principio, la honorabilidad del resto de sus miembros.
La monarquía no se encarna en Undargarín, sino en la persona del Rey, y su prestigio, y en última instancia su legitimidad, están vinculadas a sus actos, especialmente a sus actos públicos. Es por eso que hoy me parece oportuno traer a colación la deslegitimación de la monarquía. Escribo este texto el 14 de abril de 2012, octogésimo primer aniversario de la proclamación de la Segunda República, y día en que, curiosa coincidencia, a causa de un accidente, hemos conocido la noticia de que el Rey se encontraba en Botswana cazando elefantes.
Vivimos un momento terrible. La población española, especialmente las clases más humildes, sufre en sus carnes todo el rigor de la agresividad especulativa de los mercados financieros. Hay cinco millones de parados, un gran número de famílias en situaciones de severa pobreza, o en la indigencia, millares de personas que pierden sus viviendas por no poder pagar la hipoteca o por haber avalado a un hijo, otras que mueren o ven acortada su esperanza de vida en las listas de espera a causa de los draconianos recortes en sanidad, algunas que se suicidan ante la imposibilidad de asumir las cargas que representan sacar adelante su vida y las de sus familiares sin recursos, jóvenes que ven como el futuro se les escapa de entre las manos como un puñado de arena, millares de trabajadores públicos obligados a multiplicarse en sus quehaceres mientras ven drásticamente reducidos sus salarios, personas mayores que han trabajado toda una larga vida y ahora ven como deben esperar aún más tiempo la tan ansiada jubilación, para vivir con unas pensiones que, en el mejor de los casos, reducirán notoriamente su poder adquisitivo…
Cuando sucede todo esto, la imagen del Jefe del Estado cazando elefantes en Botswana es cuanto menos hiriente, muy hiriente, un ejemplo nefasto y ultrajante para todas y todos aquellos que, sin ninguna opción, debemos asumir todos los sacrificios que nos imponen, una imagen propia de otros tiempos en que la monarquía vivía de espaldas al pueblo.
¿Con qué autoridad va a dirigirse a nosotros el Rey en Navidad para pedirnos que sigamos haciendo sacrificios para levantar España?
A pesar de lo gráfica y lacerante que resulta esta anécdota, conste que tenía pensado escribir este artículo ya hace tiempo. Me pregunto, ¿Qué papel desempeña la monarquía en una sociedad democrática contemporánea? En el caso de España sabemos que fue el precio que debimos asumir para llevar a cabo la transición del franquismo a la democracia sin derramamiento de sangre. Y -hoy duele más recordarlo- no existía ninguna otra opción.
Hasta estos últimos años, la monarquía cumplió bien su papel y, simbólicamente, al margen de teorías más o menos aventuradas de las que no tengo ninguna prueba que me induzca a tomarlas por ciertas, la figura del Rey se consolidó en la noche del 23 de febrero de 1981. Después de esto, el carácter del Rey hizo que muchos olvidáramos que era quizás la última herencia del franquismo y que empezara a correr aquella famosa expresión de “yo no soy monárquico, soy juancarlista”.
Pero, desde que empezó esta sangría económica que algunos se siguen empeñando en denominar crisis, el papel del Rey se desdibujó. Al fin y al cabo, su ubicación por encima de los partidos políticos, le situaba como una figura paterna, el garante último del bienestar de las españolas y los españoles, un bienestar que desaparecía a marchas forzadas.
El Rey había dejado de ser Rey por la Gracia de Dios, incluso por la gracia del Caudillo, para pasar a ser Rey por voluntad del pueblo, aunque fuera por omisión, nadie lo cuestionaba. Pero esto, que le garantizaba la aceptación y el cariño mientras estuviera al lado del pueblo, dispuesto a ser el primero en sacrificarse y batirse frente a las adversidades, le ponía también en una situación muy frágil.
Marshall Shalins, un antropólogo norteamericano ya fallecido, explicaba la institución de la monarquía en los estados prístinos hawainanos como el reconocimiento de la grandeza y la generosidad de un igual, de un pariente que se comportaba como un gran hombre. Pero si ese gran hombre dejaba de actuar como tal, olvidaba la generosidad y ejemplaridad que le habían encumbrado, cundía el malestar, y tarde o temprano, era asesinado en la oscuridad de la noche y reemplazado por otro que se ajustara mejor a las expectativas del pueblo.
En una sociedad democrática, afortunadamente, no se deslizan los cuchillos por la oscuridad de la noche, pero el Rey esta sujeto a ese papel de figura paternal y ejemplar, su legitimidad no proviene de ninguna otra fuente. Si el Rey deja de cumplir este papel, aparece desnudo y prescindible.
Olvidemos por un momento la calamitosa anécdota de Botswana. Antes de que se produjera, cuando ya quería escribir este artículo, me preguntaba:
¿Qué hace el Jefe del Estado ante el sufrimiento de su pueblo? Más allá de la política de los partidos, ¿Dónde está? ¿Por qué no ha convocado a los políticos para demandarles austeridad y transparencia frente al pueblo? ¿Por qué no ha convocado a las grandes fortunas para exigirles, desde su alta posición, su implicación en la recuperación del país en este tiempo de tinieblas? ¿Por qué no se ha reunido con sus homónimos, monarcas y presidentes europeos, para plantear la necesidad de exigir conjuntamente una política que no dejara al pueblo a merced de la usura de los mercados? Y si nada de eso surtía efecto, ¿Por qué no se desprendía de todos sus bienes para paliar el sufrimiento social y se ponía al frente de su devastada población para guiarla, o, por lo menos, para sufrir con ella?
Responder que no lo hacía porque estaba en Botswana cazando elefantes sería demagógico, pero el Rey debe una detallada explicación, un acto de contricción y un cambio de rumbo a las españolas y los españoles. Sólo así puede recuperar una legitimidad que en este momento aparece más que cuestionada.
Si no es capaz de hacerlo, si no es capaz de ser un Rey para el pueblo cuando el pueblo le necesita, será el pueblo quien se planteará, con toda legitimidad, qué sentido tiene seguir manteniendo la monarquia.
Las ocasiones más graves, requieren grandes gestos.
Una observación: "¿Qué hace el Jefe del Estado ante el sufrimiento de su pueblo? Más allá de la política de los partidos, ¿Dónde está? ¿Por qué no ha convocado a los políticos para demandarles austeridad y transparencia frente al pueblo?" Pues me temo que a Juan Carlos, a pesar de que para los que somos de izquierdas representa el continuismo del franquismo, algún ramalazo "paternalista" le da de vez en cuando, como cualquiera que crea que un pueblo es de su propiedad, y algo de eso puede que haya hecho, para disgusto de quienes de verdad gobiernan (las clases dirigentes). Fíjate que el partido del PP negó, de forma traicionera, estar al corriente de su viaje a Botswana. Ente los elefantes, el infante que se dispara el pie y el ramalazo patriótico contra Argentina (ahora resulta que nuestra patria es una petrolera) tenemos circo para rato, a falta de pan. Y mientras, a recortar en sanidad, ahora que estan distraidos. No olvidemos que si para la izquierda el rey representa lo que dije más arriba, para la derecha es alguien que traicionó los principios del Movimiento que Franco le hizo jurar que defendería. Y si ahora toca sacrificar esa ficha, que se haga. Dicho esto, no le quito nada de razón a tu artículo, así que ¡Viva la república! pero sobre todo ¡VIVA LA SANIDAD Y EDUCACIÓN PÚBLICA! ¡ABAJO LA REFORMA LABORAL!
ResponEliminaContinúo... Así pues, que el rey debe llevar años cazando y haciendo correrías y derrochano por el mundo, y hasta ahora se le ha protegido bien de que se hagan públicas ciertas cosas. Lo que agunos no saben es que si cae la monarquía, a pesar de traiciones y conspiraciones, habrá sido una conquista del pueblo que el pueblo nos vamos a adjudicar, y si somos capaces de derrocar una monarquía que lleva más de 30 años, ¿no seremos capaces de derrocar la reforma laboral, de enfrentarmos a los intereses del capital?
ResponEliminaNo dejéis que la sangre se os caliente. El Rey, nunca ha reinado... ni nunca reinará. Ha sido -y es- un puro muñeco del capital (del nacional y del internacional). Además... es campechano: esto le suma puntos. A las abuelas (a algunos abuelos también) eso les hace felices.
ResponEliminaHa vivido, y lo sigue haciendo, dentro de un escenario. Todo es puro teatro:
"-Tú ve haciendo, Rey... y no te preocupes, que lo tenemos todo controlado. Tú a lo tuyo: un par de desfiles al año, viajitos varios, veranito en Mallorca, saliditas a Vaqueira... todo eso cara a la galería. Eso sí... sabemos que eres humano: vigila con los escarceos. No te pases que al final te pillarán. Sí, ya sabemos que tienes a tus hijos bien "apañaos", pero vigila y no te salgas de madre, que los catalanes y los vascos están callados pero calentitos... y se nos puede acabar el chollo que llevamos montado durante 37 años."
David (Sobrino-Nieto Político Bastardo de Alguien).
Rectificación.
ResponEliminaDavid (Sobrino-Nieto Político "DE UN" Bastardo de Alguien).