El
auge del independentismo catalán se debe, en gran medida, a una concatenación
de fenómenos históricos recientes, cuyo peso ha recaído, ya sea sobre la
sociedad en su conjunto, o sobre la sociedad catalana específicamente. Me
refiero, de manera principal, al malestar económico y social de estas últimas décadas,
a los gobiernos de Aznar y a sus políticas ultraderechistas, a la guerra de
Irak, a la decepción que supuso el gobierno de Rodríguez Zapatero y, en el caso
de Cataluña, del tripartito, especialmente del segundo tripartito, encabezado
por José Montilla. Me refiero también al rescate de los bancos a cargo del
erario público, con el consiguiente empobrecimiento del país, al resto de
medidas fruto de la radicalización de las políticas neoliberales y neoconservadoras, es
decir, a lo que popularmente conocemos como “crisis” y a sus consecuencias, con
el consiguiente crecimiento exponencial de la desigualdad. También al
humillante trato que se dio en el Congreso a la propuesta de Estatuto de
Autonomía de 2006, rematado aún, después, por las querellas del Partido Popular
y los tribunales. Me refiero asimismo al maltrato fiscal de los gobiernos de
Rajoy, a la barrera infranqueable que el Tribunal Constitucional ha supuesto
para todas las iniciativas legislativas surgidas del Parlamento catalán, a la
esperanza truncada del movimiento del 15 M, que, en Cataluña, nutre un amplio
sector del independentismo, a la desconfianza que genera un fenómeno como
Podemos, proyectado a la sociedad desde las antenas del grupo Planeta, próximo
al Partido Popular, que, así, es favorecido por la fragmentación de la oposición
y el fantasma de un supuesto radicalismo. También cabe atribuir el auge del
independentismo catalán a la escandalosa escalada de corrupción en España y a
la percepción de impunidad que se genera al respecto, y, por otra parte, muy
específicamente, a la sorpresa y desengaño que comportan los grandes casos de
corrupción en la burguesía catalana, Pujol -con todos los agravantes derivados
de su trayectoria política- y Millet, muy especialmente, de cuyas
consecuencias, el partido más directamente implicado, Convergencia, ahora
PDCAT, no se ha recuperado todavía.
Antes
de todo esto, el independentismo, en Cataluña, era testimonial. Desde hace
muchos años, Cataluña necesitaba imperiosamente crecer y atender una demanda de
justicia social, cada vez más clamorosa entre la población. Sin embargo, las
soluciones se buscaban dentro de España, hasta que se fueron cerrando todas las
puertas. El desequilibrio fiscal respecto al conjunto del Estado, la ausencia escandalosa
y sostenida de Inversiones en infraestructuras imprescindibles, desde el
corredor del Mediterráneo hasta el Aeropuerto de Barcelona, la derogación sistemática
de leyes y la carencia total de perspectivas dentro de España, llevaron a
muchísima gente a la convicción de que solo mediante la independencia se podía
superar la situación actual y avanzar por la senda del progreso y la igualdad.
Agotadas todas las demás opciones, esta alternativa estalló en las calles de
Barcelona de una forma estruendosa el 11 de septiembre de 2012, cuando más de
dos millones de personas salimos a la calle al grito de “independencia”. Yo he
participado en prácticamente todas las manifestaciones importantes habidas en
Barcelona desde antes de la Transición -vicisitudes de la edad- y puedo jurar
que jamás he visto reunida una multitud como aquella ni una unanimidad tan
potente. La ciudad, todo lo que es la Barcelona antigua y el Eixample, además
del Paseo Marítimo, estaba tomada literalmente por una población indignada, que
había llegado al límite y mostraba un único e inequívoco camino. Tanto fue así,
que los dirigentes de Convergència i Unió, entonces en el gobierno de la
Generalitat, se comprometieron con la causa independentista y convocaron
elecciones para refrendar -o no- lo que la calle estaba pidiendo. Si no lo
hacían así, la sociedad, sus propias bases, les hubiesen borrado de la
historia.
De
estos antecedentes, tan graves y tan próximos, aunque los haya enumerado
sucintamente, se pueden extraer algunas conclusiones importantes: En primer lugar,
que el independentismo catalán, muy mayoritariamente, no es nacionalista, es
decir, no se basa en arcanos históricos, en un supuesto carácter nacional o en una
quimérica pureza de sangre. En absoluto. Existe un apego a la tierra, a la lengua
materna, a la gente, pero no mayor que el que se puede dar en cualquier otra
parte. Los reduccionismos históricos son cosa de cuatro iluminados -también
como en todas partes-; expresiones como el “seny” catalán -que se puede traducir
perfectamente como “sensatez”, no hay ningún misterio- es un lugar común para
hablar de Cataluña desde fuera de Cataluña, en Cataluña prácticamente nadie se
refiere al “seny” más que como un tópico. La lengua, el catalán, es un
patrimonio irrenunciable y amenazado, en una situación sociolingüística de
clara subordinación. La diglosia en la sociedad catalana es grave y el catalán
no está únicamente subordinado al castellano, sino, de forma creciente, también
al inglés, por tanto, cualquier esfuerzo que se haga por mantenerlo vivo y con
buena salud es poco, por el bien de la humanidad entera. Eso no implica ninguna
renuncia al castellano y quién haya estado en Cataluña lo sabe perfectamente.
Nadie puede alegar haberse sentido marginado en Cataluña por expresarse en
castellano. El independentismo, en Cataluña, no es un reflujo nacionalista,
nacido de atávicos agravios, es un proyecto de futuro, la vía a la que hemos
llegado muchos, después de intentarlo todo, para construir una sociedad más
libre, más justa, más próspera y más moderna, ante la imposibilidad -histórica-
de avanzar con el Estado español por ese camino. Cuando ves al PP, Ciudadanos y
el PSOE haciendo un frente común para defender a todo precio, no el bienestar
de los españoles, sino la unidad de la España, piensas que, por esa vía, todo está
perdido. El verdadero nacionalismo etnicista, dogmático y, por tanto,
excluyente, es el nacionalismo español, precisamente porque no existe un
proyecto de transformación de la sociedad.
Es
rotundamente falso que en Cataluña se discrimine a nadie por nada. Es catalán
quien reside en Cataluña y quiere ser considerado como tal (o quien, desde
fuera de Cataluña, mantiene esta tierra como su contexto de referencia identitaria:
quien se siente catalán). Nos cuesta entender, es cierto, que la gente que vive
en Cataluña no haga un esfuerzo por expresarse en catalán -pasaría lo mismo en
cualquier lugar-, pero, aun así, se respeta. Cataluña es una tierra de paso,
abierta, y todo el mundo es bienvenido, incluidos los inmigrantes y refugiados
económicos y políticos. Nunca ha habido malestar en Cataluña por cuestiones relacionadas
con la procedencia o por las ideas del tipo que fueran. El malestar, el
desencuentro entre catalanes, que puede existir actualmente, que tiene cuatro
días, ha sido inducido por la demonización del independentismo y la propagación
de falsas ideas al respecto. La propaganda desarrollada en este sentido por los
medios de comunicación de ámbito estatal, arrolladoramente predominantes y los
más seguidos por una buena parte de la sociedad catalana, haría sonrojar al
mismísimo Goebbles.
Hay
que decir unas cuantas verdades: 1. En Cataluña no se adoctrina a los niños en
absoluto. Toda la población catalana nacida desde la Transición hasta estos
últimos años ha pasado por la escuela catalana, o sea, desde los que empiezan
a tener uso de razón hasta los que actualmente tienen cuarenta y tantos años
¿Cómo se explica entonces que la sociedad catalana sea tan plural? Parece que,
más que adoctrinar, lo que ha hecho la escuela es fomentar la libertad de
pensamiento y la capacidad crítica ¿Cómo se explica, también, que el
independentismo no haya crecido exponencialmente hasta estos últimos años? ¿Es
que los indignados del 15 M de 2011, que soslayaban explícitamente esta
cuestión, no estaban adoctrinados? La escuela catalana ha sido un instrumento
fundamental para el crecimiento y la modernización de nuestra sociedad y la
inmersión lingüística un medio extraordinariamente efectivo para evitar que la
sociedad catalana se fracturara en dos colectivos diferenciados por razones
lingüísticas (y, en definitiva, de procedencia). Todo aquel que haya ido a la
escuela catalana domina correctamente y por igual el catalán y el castellano,
que después use uno u otro, dónde, cuándo y con quién, ya depende de opciones
personales y de la realidad sociolingüística.
2.
En Cataluña no hay ningún tipo de hispanofobia, ni siquiera entre los independentistas.
Puede haber fobia al gobierno y a sus políticas, al Estado y a todos sus aparatos,
especialmente los más represores, pero respecto a las tierras y las gentes de
los pueblos de España, en absoluto. Quien más quien menos tiene familiares y
raíces en un rincón u otro de España, y los que no tenemos familiares, tenemos
amigos y multitud de rincones en los que nos sentimos felices -como el que
comparto en la imagen-, y profundas querencias. Nos quieren infundir ese odio. Contrariamente,
desde Cataluña -y yo no sé cuán arraigado está eso en España-, lo que se
percibe es una catastrófica catalanofobia. La gente jaleando a la policía que
venía a Barcelona al grito de “a por ellos”, grupos fascistas que vienen a
reforzar a los fascistas de aquí (que también los hay) y obligan a los transeúntes
a gritar “Viva España”, comercios españoles que cambian el nombre porque tiene
alguna referencia a Cataluña, o supermercados que separan los productos
catalanes... Todo eso ¿por qué? Suena a la profecía-fatwa de Aznar “Antes se
romperá Cataluña que España”. Y ¿por qué no hay una respuesta contundente por
parte de la izquierda -la de verdad- y los intelectuales de los distintos
pueblos de España? Nos sentimos muy huérfanos en este sentido. Al fin y al
cabo, hay que entender, que Cataluña se quiere independizar -o separar, es lo
mismo- del Estado español ¡no de los españoles! No de España como entidad geográfica
y cultural. Queremos mantener la relación de siempre con España, pero sin
formar parte del Estado español, sin depender del Estado español para tomar
nuestras propias decisiones. En el fondo, para la España que quiere dejar atrás
la herencia del franquismo y avanzar hacia una sociedad transparente y moderna,
con una democracia real, la independencia de Cataluña es la mejor oportunidad,
ya que obligará al Estado español a redefinirse dentro de un contexto europeo y
puede tener en la Cataluña independiente su mejor y más próximo aliado. Una
Cataluña sometida no es de ninguna utilidad para la España que mira hacia el
futuro.
3.
Por eso Cataluña ha llegado hasta donde ha llegado. Nunca hubiéramos creído que
el Estado español nos iba a reprimir con tanta virulencia. Cargas indiscriminadas
de la policía contra la población civil, pacífica y con las manos en alto, sin
distinción de edad o condición, una salvajada digna del franquismo. Destitución
del gobierno legítimo de la Generalitat, hoy en prisión incondicional o huido
de la justicia, con orden de arresto. Prisión incondicional para los líderes de
la sociedad civil independentista por manifestaciones absolutamente pacíficas.
Intervención de las instituciones de autogobierno de Cataluña y convocatoria de
unas elecciones ilegítimas y sin garantías, ni en la campaña electoral ni en el
respeto debido a los resultados. Todo eso por la realización de un referéndum
que el Estado había declarado ilegal y por la proclamación posterior del
resultado del referéndum que avalaba la República Catalana Independiente con
más de dos millones de votos, un noventa por ciento de los que se emitieron y
no fueron requisados por la policía (unos setecientos mil). El gobierno de
Cataluña estuvo, desde hace dos años -cuando las últimas elecciones
autonómicas- hasta el mismo día en que se declaró la República, pidiendo al
gobierno español que se sentara a hablar, que se abriera un proceso de dialogo,
sin condiciones previas, con mediadores Internacionales... pero no hubo manera.
Rajoy mantuvo su política de no hacer nada, como nos tiene acostumbrados, y, al
final, reaccionó con una violencia desproporcionada en todos los frentes. ¿Pecó
el gobierno y, en conjunto, el independentismo catalán de ingenuidad?
Seguramente. Por una parte, había un deseo generalizado, muy fuerte, de
resolver las cosas amistosamente, sin traumas, ni violencia, permitiendo,
incluso, que se pudiera mantener la doble nacionalidad, de forma casi automática,
para facilitar aún más la unidad entre ambas sociedades dentro de la independencia
política. Se creía que se podría llegar a eso. Se contaba con la resistencia
del Estado español, pero nunca con una resistencia violenta y que, por lo que
parece y actores muy diversos han confirmado, estaba dispuesto a llegar a las
armas. También se confiaba mucho en Europa. Se creía en los valores propugnados
por Europa, fundacionales de la UE, y, por tanto, en el derecho a la
autodeterminación de los pueblos. Y también se confiaba bastante más en la
sociedad española, en sus vanguardias intelectuales, que se veían como seguros aliados
en un proceso de puro ejercicio de la democracia. Porque, no lo olvidemos, lo
que pedía Cataluña no era la independencia, directamente, sino un referéndum
para decidir si se quería continuar dentro de España, sí o no, y, en todo caso,
cómo. Y, evidentemente, por parte del independentismo, se hubiera acatado el
resultado, fuera el que fuera. Pero nada de eso se produjo, solo una sorda
guerra en todos los frentes, como si hubiéramos regresado al treinta y nueve,
sin reacciones significativas desde Europa ni desde la sociedad española.
4.
Nos dicen que esto del independentismo es cosa de algunas élites catalanas, que
han abducido a una parte de la población y que no es lo que quiere la mayoría
silenciosa. Nada de eso es cierto. Hay unos dos millones de votos independentistas
claros en Cataluña, según la consulta de 2014, las elecciones de 2015 y el referéndum
de 2017, creciendo -no sé ahora después de la represión del Estado, pero antes,
creciendo-. Evidentemente, no hay dos millones de ricos en Cataluña, ni tan
siquiera de medianamente aposentados. No habríamos llegado aquí. El
independentismo es un fenómeno popular y, como he explicado al principio,
surgido desde la base, fruto de los reveses de la historia reciente de este
país. Los ricos, precisamente, han corrido, con la ayuda e incluso la presión
del Estado, a poner sus capitales y sus empresas a buen recaudo. Es más, y esto
lo sabe todo el mundo en Cataluña, es el pueblo y no los dirigentes quien marca
la dirección y la intensidad del proceso. El mismo día uno de octubre, por
ejemplo, el gobierno de la Generalitat, en vista de las cargas policiales,
intento desactivar el referéndum para evitar males mayores, pero los comités
que se habían dispuesto en prácticamente todos y cada uno de los colegios
electorales para hacerlo posible -y sobre los que cayeron dichas cargas
policiales- se negaron en redondo. Es simplemente un ejemplo. Pueden
desaparecer estos gobernantes y serán sustituidos por otros. Esto es un
movimiento social, de amplio alcance. Por otra parte, no existe nada parecido a
una mayoría silenciosa, ni en un sentido ni en el contrario. Se ha podido comprobar
en las manifestaciones de uno y otro signo, siempre mucho más concurridas las independentistas.
Pero, para no confundir la posición con la movilización, recurramos -ya que
mejores indicadores no tenemos- a los votos. Donde mejor se pudieron contar fue
en las elecciones autonómicas del 2015. Ahí, el independentismo obtuvo un 47,74%
de los votos -y un número comparativamente mayor de escaños por la aplicación
de la Ley de Hondt- y los partidos no independentistas un 48,11% (el porcentaje
que falta corresponde a opciones que no alcanzaron representación
parlamentaria). La diferencia estriba en que, mientras los votos independentistas
eran claramente independentistas, los votos no independentistas representaban
opciones distintas, autonomistas, e incluso recentralizadoras por parte de
Ciutadans y el PPC (26,43% en conjunto), federalistas por parte del PSC (12,74%)
y no se sabe, pero, por lo menos federalistas por parte de CSQP (8,94%). Por
tanto, las opciones son, por lo menos, tres. Por eso el independentismo no pretendió
imponerse en principio, aunque tenía mayoría en escaños, sino que propuso un referéndum
para aclarar las cosas, al que se ha negado sistemáticamente y últimamente con violencia,
el Estado español. El independentismo siempre aceptará el resultado. Es antes demócrata
que independentista, pero, ¿qué hay que hacer frente a esa clara minoría
mayoritaria, si no hay una opción única en el otro bando? Seguramente un referéndum
con más de dos opciones y a doble vuelta para poder generar una solución
aceptada por una clara mayoría de la sociedad catalana. El independentismo está
absolutamente dispuesto a aceptar los resultados de un referéndum pactado y con
garantías y a aceptar democráticamente los resultados. Si, finalmente, abocan
una mayoría federalista, o incluso autonomista, que así sea, seguiremos trabajando
para difundir nuestras ideas, pero siempre con absoluta lealtad. ¿Puede el
Estado decir lo mismo si se da una mayoría independentista? Debería.
En
resumen, se puede afirmar, por lo menos:
Que
el auge del independentismo catalán durante estos últimos años es fruto de la
creciente ofensiva de los poderes, especialmente en Europa y en España, así
como de la marginación de Cataluña y de sus aspiraciones dentro del Estado
español.
Que
el independentismo catalán no es mayoritariamente nacionalista y que, en todo
caso, no se ampara en mitos ni esencias, sino que se plantea como un proyecto
inclusivo y progresista, para la construcción de una sociedad más libre y más
justa.
Que,
en cambio, el nacionalismo español, amparado en un Estado y en las
correspondientes alianzas internacionales, sí es un nacionalismo esencialista,
que entiende la unidad de España como un hecho natural y, por tanto,
irrevocable, lo cual legitima su defensa a ultranza, aun en sus expresiones más
agresivas y excluyentes.
Que
hasta hace muy poco no ha existido ninguna ruptura ni sensación de ruptura
social en Cataluña, donde siempre han convivido en paz y sin recelo, opciones
identitarias y posicionamientos políticos diversos. Ahora sí se produce un
malestar en este sentido, claramente inducido por una operación de propaganda
auspiciada por el Estado, los medios de comunicación afines y los partidos
españolistas. Es decir, se intenta romper Cataluña desde el exterior, desde el
Estado español concretamente.
Que
en Cataluña no se adoctrina, ni en las escuelas ni en los medios. Los medios
tienen reconocimientos internacionales más que suficientes de rigor y
pluralidad informativa. En cuanto a las escuelas, que son un bien muy preciado
para el conjunto de la sociedad catalana, lo que se hace es comentar la
realidad social, toda, de acuerdo con la edad de los alumnos; practicar la
inmersión lingüística, sin detrimento alguno del aprendizaje del castellano,
para evitar una segregación lingüística de la población y, por ejemplo, -otra
cosa aducida como “adoctrinamiento”, ¡celebrar las fiestas populares!
Que
en Cataluña no hay ni se fomenta de ninguna manera ningún tipo de hispanofobia.
La fobia que puede existir en Cataluña se dirige hacia el aparato del Estado
español y, singularmente, hacia sus instituciones y representantes políticos.
Los vínculos de una mayoría de catalanes con personas, lugares y hechos de
España son muy fuertes, ya sean vínculos de sangre o de afecto y preocupa mucho
en Cataluña, en cambio, que en España se esté promoviendo una campaña de
catalanofobia, que amenaza seriamente estos vínculos. El independentismo quiere
separar Cataluña del Estado español, no de los pueblos y las tierras de España.
En absoluto.
Que
el independentismo catalán es un movimiento social, popular, de base,
enormemente transversal, para nada de ricos ni de élites -los ricos no tienen
otra ideología que su dinero-. Que los políticos que se han puesto al frente de
este movimiento -y que están pagando duramente por ello- actúan bajo mandato
popular, como ellos mismos reconocen y, en ningún caso, existe ningún fenómeno
de abducción o de caudillismo de los políticos sobre la sociedad. Al contrario.
Que
no existe en absoluto eso que algunos -incluido el presidente del gobierno
español- llaman “mayoría silenciosa”, que, como se puede observar, tanto en la
calle como en las urnas, no hay ninguna mayoría, y menos la que pretenden
representar los partidos españolistas, tan solo hay minorías mayoritarias y, en
ese caso, la más importante, con mucho, es la independentista.
Que
el independentismo catalán, desde la población hasta el gobierno de la
Generalitat, ha pecado de ingenuo respecto al carácter autoritario, claramente
predemocrático, del Estado español, creyendo que éste se avendría a negociar un
referéndum pactado para dilucidar los apoyos que cada una de las opciones de
interrelación política tenían en Cataluña. No solo no ha sido así, sino que,
con el apoyo -igualmente inesperado- de los estados europeos, el Estado español
ha actuado en Cataluña con una violencia desmedida, no solo en las cargas
policiales sino también en la destitución y encarcelamiento del gobierno
catalán, la paralización de sus instituciones, la disolución del parlamento, y
la convocatoria espuria de una elecciones autonómicas sin garantía alguna. Todo
ello además de la actuación continua, que viene ya de lejos y está
perfectamente documentada -e impune-, de las “cloacas del estado”.
Que,
a pesar de todo, el independentismo catalán acudirá a las elecciones del 21 de
diciembre y, si gana, volverá a intentar pactar con el Estado un referéndum
vinculante. Que, en cualquier caso, el independentismo aceptará el resultado de
las elecciones, sea el que sea, y se adaptará a la situación resultante, aunque
es más que dudoso que, si el independentismo gana, el Estado haga otro tanto.
El independentismo catalán es un movimiento pacífico y democrático que no va
contra nadie, sino a favor de todos, que tiene en frente un Estado (no un país,
¡cuidado!), cuya herencia mal disimulada del franquismo resurge con fuerza,
especialmente en este tema.
Amigos,
amigas, ayudadnos para que la democracia, la voluntad popular, pueda expresarse
sin trabas y prevalezca.
Llorenç
Prats
Muy buena exposición de lo que ocurre en Catalunya!
ResponEliminaÓjala este escrito lo lea mucha gente y reflexione al respecto.
Exacto! es la gente la que pide cambios, la que empuja, la que se indigna con la actitud de un estado que se llena la boca de democracia, para no ejercerla en absoluto, al contrario.
Gracias Llorenç
Una abraçada
Nurya
Gràcies Nurya, si tens ocasió, fes-lo córrer. Tant de bo pugui ajudar a entendre el que passa realment. Una abraçada. Llorenç
ResponEliminaQuerido profesor, le agradezco enormemente estas sinceras líneas. Sin duda ayudan a entender mejor la situación que se vive en Cataluña.
ResponEliminaMis mejores deseos para Usted y familia.
Gracias, Mauricio, un placer reencontrarte. Un abrazo. Llorenç
ResponEliminaMolt bon article en forma i fons. Per mi, la frase clau es "... la Generalitat, ha pecado de ingenuo respecto al carácter autoritario ..."
ResponEliminaM'enfada molt aquesta "ingenuitat" ja que era total i absolutament previsible, l'actitud del Gobierno i de les oligarquies d'Europa.
Gràcies, Xavier. Sí, el que senyales és un aspecte clau. De tota manera em demano si podien fer alguna altra cosa. En tot cas, no em puc enfadar amb gent que s'hi ha jugat la cara i ho estan pagant car.
EliminaCom sempre, molt encertat i didàctic. A veure si algun dia et passes pel Fòrum! Una abraçada!
ResponEliminaGràcies, Joana. Difícil que passi per enlloc, amb prou feines puc treure alguna estoneta per escriure aquestes coses, i perquè penso que és necessari. Fer de cuidador full time és molt absorbent.
ResponEliminaJo i afegiría més, som una pedra a la sabata del NWO (nou ordre mundial) l'estat espanyol es una peça més de l'elit que controla el planeta, per això els tenim tots en contra, demanem democracia i llibertat, aixó es una eina que en el seu moment va fer servir la masonería per la revoluciò francesa, però ara han canviat els seus plans.
ResponEliminaAixò de la masoneria no ho sé, però que som una pedra a la sabata n'estic segur, Benet. si fóssim un moviment independentista nacionalista clàssic tindríem més simpaties del sistema mundial. Tant és així que la gent que m'escriu d'Espanya, amb la que hem compartit moltes guerres, insisteix a veure'ns així, com un nacionalisme forassenyat!
ResponEliminaMagnífic guio pero un drama epic, llastima que els actors no axin estat a l'alçada
ResponEliminaNo siguem tan crítics, han fet el que han pogut i amb un cost personal molt elevat. Què podien fer? ser més prudents i convocar eleccions en lloc de proclamar la república? Ens hi hauríem tirat a sobre. O cridar a defensar les institucions al carrer? Potser ara parlaríem de morts i d'estat de guerra en lloc d'estat d'excepció... És difícil. Ara toca refer files i ànims i guanyar el 21 per tant com es pugui. És l'arma més potent i duradora que tenim.
ResponElimina